Alejandro Rozada (@alexrozada)
Ante la duda, siempre Mareo. Y aunque a nadie le amargue una suculenta caja de bombones con forma de fichajes, tampoco le amarga a nadie un Sporting con aroma canterano. El paradigma de la cantera es el Athletic de Bilbao y, salvando las distancias, ese debe ser el espejo en el que se mire el Real Sporting de Gijón. Se podrá ganar como en Soria o perder como tantas otras veces; pase lo que pase siempre será mejor morir con las botas puestas y con gente de casa.
Siempre resulta agradable ver un once integrado mayoritariamente por canteranos. Hasta 6 formaron en Los Pajaritos (Lora, Álex Menéndez, Sergio, Nacho Cases, Álex Barrera y Jony), más un toledano de Bórox (Miguel Ángel Guerrero), que fue reclutado por el filial sportinguista hace tres temporadas; un madrileño (Luis Hernández); un colombiano (Bernardo) y un balear (Carmona). El Sporting B se constituye en la más eficiente fábrica de talentos y la prueba evidente es que tras las entradas al campo de Juan Muñiz, Rachid y Pablo Pérez, terminaron 9 hombres que habían defendido anteriormente los colores del filial; la mayoría de ellos, curiosamente, a las órdenes de Abelardo.
Ocurra lo que ocurra en esta austera temporada, no se puede obviar que la labor de Abelardo está resultando encomiable. Cogió a un equipo en caída libre la pasada temporada tras la bochornosa derrota contra el Alcorcón, ató el objetivo de la promoción en los cinco últimos partidos del campeonato regular (con tres victorias y dos empates) y cayó ante Las Palmas en la primera eliminatoria por el ascenso por un cúmulo de contratiempos (el mal estado físico de los jugadores, un error garrafal de Cuéllar en la ida disputada en El Insular, un penalti no pitado en El Molinón y la falta de puntería en ataque).
Un técnico gijonés, de la casa y curtido en mil batallas futbolísticas, es el hombre llamado a liderar la campaña más adusta de la historia del Sporting y Abelardo está demostrando que puede afrontar este reto a pesar de que el consejo de administración de la entidad esté extremando el ahorro. No es que a Abelardo no le hayan regalado un rosario de fichajes como a alguno de sus antecesores en el banquillo, es que directamente no le han ofrecido una mísera contratación: solo el regreso de Juan Muñiz y porque le correspondía por contrato tras su cesión en el Mirandés. A cambio ha perdido a un capitán como Roberto Canella y a los dos referentes ofensivos del pasado curso, Dejan Lekic y Stefan Scepovic, este último sin destino fijado aun pero cuya marcha se da por descontada al no haber entrado ni siquiera en la convocatoria para la cita de Soria.
Con este panorama sobre la mesa, el Sporting se presentó en Los Pajaritos, un campo duro de roer donde el año pasado el híper reforzado equipo de Sandoval no pudo pasar del empate a cero. Este año fue otro cantar. Aunque hubo que remar contra corriente tras el gol recibido en el minuto 53, los de Abelardo apostaron por la posesión con criterio y las llegadas incisivas por ambas bandas para superar la defensa numantina. Y cuando algunos lamentaban la falta de pegada, Miguel Ángel Guerrero se hizo fuerte en el corazón del área rival y se inventó una maniobra magistral para fusilar a la media vuelta a Biel Ribas. Golazo del delantero manchego. Los de Abelardo no se conformaron con el empate y, cinco minutos después, un majestuoso pase entre líneas de Cases habilitó la galopada por la izquierda de Jony, quien galopó imperial hasta la línea de fondo, al llegar ahí sirvió un preciso pase al segundo palo y por allí apareció Juan Muñiz para marcar el gol que supuso la primera victoria del curso.
La rabia con la que Juan Muñiz celebró su decisivo gol en su reestreno en partido oficial con el Sporting, reflejó la rabia de todo el sportinguismo. Hartos de tantos sinsabores, los sportinguistas se aferran al simbolismo de la cantera para afrontar esta temporada. Como reza el tópico cholista, tan de moda últimamente, habrá que ir partido a partido pensando ante todo en amarrar la permanencia. No obstante, confiar en un equipo que lleva impreso el sello «made in Mareo» en su ADN es mucho más sencillo. Con los guajes de Abelardo se puede ir al fin del mundo.
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