La crónica de Alberto Arauz (@arauz84)
El Madrid quería la décima. La necesitaba. Añoraba y sentía dependencia de su título predilecto. Pero existe una máxima que dice que querer es poder. Y el Madrid o no quiso, o lo que es peor, no pudo. Un ciclón teñido de amarillo desnudó, desarboló, sonrojó y sacó las vergüenzas a un equipo que parecía vivir por y para la Champions. Lewandovski, polaco opositor a mejor 9 del mundo, se bastó para detonar en una noche los cimientos de Mourinho.
Fue de principio a fin. Del uno al noventa. No hubo instante en el partido en que el Madrid mostrara un esbozo del equipo que debía ser. Sin embargo, en frente había un grupo de jóvenes virtuosos que destilaban fútbol por cada uno de sus poros. Reus driblaba y burlaba a cualquier sombra blanca que osara arrebatarle la pelota. Gotze y Gundogan acariciaban la batuta que hacía sonar una sinfonía perfecta. Y Lewandovski ejecutaba con frialdad la partitura con que le dictaban sus lúcidos compañeros.
De todas las facturas. Lewandovski fue letal en el primero, oportunista en el segundo, genial en el tercero y profesional en el cuarto. Los visitantes sólo mostraron gratitud a Hummels en el tanto de Cristiano. Higuaín aprovechó el error del central germano para asistir a Ronaldo y establecer un ficticio empate. Alemania baja de la nube a una España con tendencia a considerarse el ombligo del planeta. Sólo un fenómeno cercano a lo paranormal evitará la debacle del fútbol patrio. Una cura de humildad sin precedentes entierra el sueño de la añorada final española.