
«Juntos hacia la victoria», se podía leer en otro espectacular tifo de la afición del Atlético de Madrid.
Tras el enésimo recibimiento espectacular, con otro tifo impresionante en las gradas, la primera impresión del partido nos remitió a las equipaciones. Mal asunto. Ninguno de los dos equipos vistió como debe y no lucieron sus indumentarias habituales. Como ya ocurrió en el partido de ida, la UEFA volvió a dar la nota. Por imperativo legal del artículo 33 que se sacó de la manga el máximo organismo del fútbol continental, el Atlético de Madrid tuvo que lucir otra vez su segunda equipación, enteramente azul, a pesar de su condición de local; el Barcelona vistió su equipación más reivindicativa, la de la senyera, en una clara demostración de que donde no llega la política, puede llegar el fútbol. Pocos escenarios mejores que un templo del fútbol como es el Vicente Calderón para que el Barcelona hiciera, por imposición ajena y no propia, apología del catalanismo. Y no tenemos nada en contra ni de una cosa ni de la otra; simplemente no nos gusta ver a los equipos renunciar a sus colores.
Ya se sabe que la primavera altera la sangre y, si a eso le sumamos el trastorno por el cambio de equipaciones y la mala racha del Barça desde el Clásico, el resultado fue un caos de equipo que quedó retratado en un primer tiempo absolutamente infame. Ni el cambio de camisetas puede servir de excusa para justificar el papelón del Barcelona a orillas del Manzanares (en la ida, recuérdese, ganaron dos a uno en el Camp Nou, también con la indumentaria de la senyera). No creemos que les afectara el cacareado gafe del amarillo; simplemente, el Barça jugó en el Calderón como si lo acabaran de mirar una docena de tuertos. Al menos no les marcaron doce goles como España a Malta.
Viendo arrastrarse por el césped del Vicente Calderón a los jugadores del Barcelona en la primera parte, uno se preguntaba, sin encontrar la respuesta, cómo es posible que le metieran dos goles al Atlético en el partido de ida. ¿Efectos secundarios de la expulsión de Fernando Torres? Tal vez. Y uno también se pregunta cómo es posible que un equipo tan absolutamente chato y previsible, desesperadamente aburrido, ganara al Atleti los siete duelos anteriores. Quizás, para encontrar la explicación haya que mirar al banquillo, y no a los suplentes (entre los cuales, anoche estaba un bulto tan sospechoso como Douglas), sino al coach, Luis Enrique Martínez. Algo tendrá que ver el gijonés en la metamorfosis ganadora de un Barça plano y exasperante como era el del Tata Martino, que no ganó ni uno solo de los seis duelos disputados ante el Atlético en la temporada 2013-14 entre Supercopa (1-1 y 0-0), Liga (0-0 y 1-1) y Liga de Campeones (1-1 y 1-0), al Barça arrollador que firmó un pleno al siete ante los guerreros de Simeone entre este curso y el pasado, con un triplete entre medias.
El caso es que se pasó de ese equipo de Martino, que no le ganó ni un partido al Atlético, que empató cinco y que perdió otro, dejándose por el camino una Liga y una Champions, al de Lucho, que triunfó en los siete siguientes a partir de unos contragolpes letales y una fuerte presión. La pasada campaña ganó los dos partidos de Liga (3-1, en plena crisis post Anoeta, y 0-1, con alirón en el Calderón) y los dos de Copa (1-0 y 2-3); en el presente curso vencieron otra vez los duelos ligueros (1-2 y 2-1) y el partido de ida de la eliminatoria que nos ocupa (2-1). Casualmente, los tres precedentes más recientes se saldaron con el mismo resultado y con remontada. Hasta ayer.
Algo pasará en el vestuario del Barcelona y no tiene por qué ser responsabilidad única de Luis Enrique, que ya no juega. Por mucho que les pese a sus haters, los entrenadores nunca son los responsables únicos de los malos resultados de un equipo, aunque siempre se terminen comiendo el marrón. Ni existe ni existirá un entrenador que le pida a sus jugadores que se paseen por el terreno de juego, como se paseó anoche en muchas fases el Barça por el Vicente Calderón. Pero así es este negocio, donde los equipos están cada vez más endeudados y los jugadores son más ricos. Contra eso lucha el Cholismo, pese a los líos judiciales y los pufos que se traen entre manos los directivos del Atlético, con el «investigado» Enrique Cerezo a la cabeza.

Así celebró Griezmann su primer gol, que abrió el marcador y clasificaba al Atlético para semifinales.
Escribió Don Miguel de Cervantes en su famoso Quijote de la Mancha aquello de «con la iglesia hemos topado» para expresar la inconveniencia de que la iglesia o, por extensión, cualquier autoridad suponga un obstáculo insuperable ante cualquier intención; ese lema es hoy perfectamente trasladable al fútbol, y eso que todavía estamos a 9 días vista del Día del Libro. Nunca es mal momento para reivindicar las letras españolas y no hay una adaptación mejor que esa de que «con el Atleti hemos topado» para justificar la impotencia que sintió el Barcelona este miércoles. Lo que le faltaba a este Barça tan pachucho era que lo mirara el doctor House del fútbol.
Podían haber estado jugando 24 horas más y la impotencia culé habría sido la misma ante un bloque tan compacto y sólido como el del Atlético de Madrid. Resultaba conmovedor ver a Piqué fajarse a lo Alexanco contra la guardia pretoriana del Atlético en el área rival y a un ex atlético como Arda Turan colgar balones planos a la olla, que rechazaban sin problemas los zagueros locales. A este paso se acabará hablando más de los 34 millones que el Atleti le sacó al Barça por el turco, que del sobrecoste del fichaje de Neymar, que en el Calderón volvió a pelearse contra el mundo y se acabó pendiento en lamentaciones y disputas inútiles ante los Juanfran, Godín y Gabi de turno. ¿Y Alves? Muy canino debe de andar de defensas, en todos los aspectos, el Barcelona para que este jugador siga siendo titular y haciendo de las suyas. Pero es que Alba tampoco se salva en el flanco contrario (por ahí vino el primero de Griezmann), ni un titubeante Mascherano, ni un desconocido Busquets… El Barcelona necesitará algo más que la vitamina D del sol de cada día para recuperar sus defensas. Todo lo contrario de lo que le ocurre al Atlético, que tiene precisamente su mayor tesoro atrás.
Los buenos equipos se construyen a partir de una defensa fiable y eso lo sabe perfectamente Simeone, que basa en el orden, la presión asfixiante y una mentalidad 100% ganadora los pilares de un equipo al que no le temblaron las piernas en el duelo decisivo para estar en las semifinales de la Champions. Al descanso ya ganaban por uno a cero gracias a un cabezazo de Griezmann, que la puso allí donde no podía llegar Ter Stegen, cuya máxima contribución a la jugada fue la de estirarse para acompañar el balón para salir mejor en la foto. Suerte tuvieron los culés de haber encajado solo un tanto en la primera parte, aunque el Atleti del Cholo ya tiene grabado a fuego que este tipo de partidos se cuecen muy lentamente y las prisas suelen resultar unas nefastas consejeras. Por eso mismo se le terminó haciendo eterno el encuentro al Barcelona, que ya en el primer tiempo habría pedido un par de tiempos muertos si el fútbol fuera como el baloncesto.
El Atlético supo esperar. Con el resultado a favor y con un pie en semifinales, los de Simeone sabían que tenían que resistir los envites del Barcelona en la segunda parte. Les iba a tocar currar a destajo por detrás, por delante y por el centro, así que todos se agazaparon en torno a la meta de Oblak para proteger el fuerte y contener los desesperados ataques del rival, al que el paso por los vestuarios y la consiguiente moralina de Luis Enrique les sirvió para tocar a rebato e irse decididamente a por un gol que podría haber encarrilado su clasificación. Sin ser un asedio como el de la segunda parte de la ida, se fueron sucediendo las llegadas de los culés. No fructificó ninguna de ellas y, entre el apoyo de una afición inasequible al desaliento y la frescura de una plantilla que físicamente está como una moto, el Atlético se fue al ataque en busca de la sentencia. Avisó Griezmann y salvó Ter Stegen; a la segunda ya no avisaron: dos contra uno en campo rival y mano clara dentro de su área de Iniesta, que vio una amarilla que bien pudo ser roja. Al menos fue penalti y volvió a marcar el gallo francés, aunque Stegen llegó a tocar la pelota, que se coló pegadita junto a su palo izquierdo.

Los jugadores del Atlético fueron una piña para celebrar, dos años después, otra clasificación para las semifinales de la Champions.
Al Barça ya solo le quedaba apelar a la épica para forzar la prórroga y pudo lograrlo si el árbitro hubiese tenido bien graduada la vista para ver que la mano de Gabi fue dentro del área. Nicola Rizzoli la vio fuera, señaló falta y Messi la mandó a las nubes, finiquitando así todas las opciones que le quedaban al Barcelona. Fue precisamente en el 93′, ese minuto maldito en la historia del Atlético de Madrid tras la final de Lisboa. Esta vez, la suerte ha sonreído a los rojiblancos y han superado un nuevo escollo rumbo a Milán., ciudad que acoge este año la final de la Champions.
Veremos quién será su rival en semifinales tras lo visto ante un Barcelona completamente desdibujado y arrollado por la fe incontenible de un equipo al que el fútbol le debe una Champions, aunque bien podríamos decir que le debe dos: la que perdieron los Reina, Adelardo, Gárate y Luis Aragonés en el 74 ante el Bayern Múnich (4-0 en el partido de desempate) y la que se les escapó hace un par de años en Lisboa ante el Real Madrid (4-1) con aquel gol de Ramos en el tiempo añadido que forzó la prórroga.
Este año, quizás ante el Madrid, quizás ante el Bayern, el Atleti tendrá la oportunidad de hacer justicia como la hicieron este miércoles en un Vicente Calderón entregado en cuerpo, alma, voz y colores, a un equipo que sigue demostrando que nunca deja de creer. Porque si se cree y se trabaja, se puede.