Alberto Arauz (@Arauz84)
Ronaldo quiso brindar a San Mamés una despedida a la altura que merece el beato más futbolero del balompié español. Acudió a la Catedral, se remangó y legó un par de obras de arte al templo cuyos cimientos tienen los días contados. El Athletic, como buen felino, puso corazón, alma y pundonor, e incluso ratos de buen fútbol durante la primera mitad. Pero en frente tuvo un rival que respondía a zambombazos cada arañazo local. El Madrid demostró que llega lanzado a la hora de la verdad y continúa dejando recados a sus futuros rivales.
Todo giró en torno a Ronaldo. Cuando el respetable aún apuraba su último pintxo regado con chacolí, el luso regalaba un golazo de bandera. Al saque de un golpe franco, dibujó uno de esos disparos con copiright de Funchal. Iraizoz recibía otro misil directo a su corazón. Pero el Athletic salió respondón. Por momentos esbozaba ese fútbol alegre y asociativo que enamoró a Europa durante la pasada campaña. Ander Herrera daba un recital de pases, controles, regates… En defenitiva, dejó constancia del gran futbolista que es. El Madrid capeaba el chaparrón con más apuros que gloria. Diego López atajaba las tentativas bilbaínas y Di María respondía estrellando un balón en el travesaño. Así se llegó al descanso.
Manotazos, patadas, trifulcas y artimañas. No hubo fregado del que Ronaldo quedara exento. Ramalho libraba con él una batalla de alto voltaje. Pero el Madrid salió del vestuario en plan autoritario. Redujo al Athletic a equipo vulgar y comenzó a pasar el rodillo por el tapete del botxo. Tras el enésimo caramelo de Xabi Alonso, Cristiano sacó sus muelles para elevarse por encima de todos los leones y asestar un testarazo que hubiera firmado Santillana. El 0-2 enterraba los anhelos del Athletic.
Antes de retirarse, aún tuvo tiempo el 7 blanco para dejar otra perla. Controló un balón en la frontal y, en su versión generosa, inventó una asistencia a Higuaín que el Pipa alojó en la red. Cristiano abandonaba San Mamés entre las iras del respetable. Era la forma que tenía la afición de reconocer la valía de un jugador monstruoso. Podrá presumir la Catedral de haber visto en su vejez a uno de los más grandes.