Justo en la misma semana que vivimos un eclipse solar inusual, que empezó a verse el miércoles 9 de marzo pero terminó el martes 8 de marzo, el Sporting fue eclipsado en La Rosaleda. Precisamente en la Costa del Sol se le volvió a apagar la luz al equipo rojiblanco, cegado por sus fallos ofensivos y defensivos, pero sobre todo por los errores arbitrales. Este viernes ocurrió otra vez por obra y gracia, precisamente, de un colegiado que ya le hizo la puñeta alguna que otra vez. Por ejemplo, en La Condomina, no pitando una mano flagrante de Truyols en un Murcia-Sporting de la temporada 2013-14. El 11 de marzo de 2016, en Málaga, De Burgos Bengoetxea la volvió a liar.

Cuando Halilovic centra y el balón impacta en el brazo de Fornals, De Burgos Bengoetxea no estaba siguiendo la jugada con la mirada.
Estaba a punto de cumplirse el tercer y último minuto del tiempo añadido, cuando el Sporting, que atacaba con todo en busca de un empate agónico, se volvió a topar de bruces con la cruda e injusta realidad arbitral. Centró Halilovic desde la derecha y el balón pegó en el brazo izquierdo de Fornals. Penalti de libro que el arbitro ni siquiera se tomó la molestia en mirar porque, como se aprecia en la imagen adjunta, no estaba siguiendo con la mirada esa jugada. Increíble, pero cierto. Estas cosas le pasan al Sporting con los árbitros. Cuando aún no se ha lamido las heridas del robo de Los Cármenes, también en tierras andaluzas, en Málaga, llegó el enésimo error en contra del conjunto de Abelardo, que esta vez no ha hecho una rajada después del calentón de Granada. No es cuestión de calentarse, simplemente se trata de denunciar que al Sporting no le miden con el mismo rasero que al resto de los equipos. Normal que un tío como Isma López, navarro de nacimiento pero sportinguista por convicción, dijera en Cope Asturias: «Estoy hasta los cojones de hablar de los árbitros y no voy a decir nada más. Porque encima no se puede hablar». El derecho a la indignación es irrenunciable.
Curiosamente, el último eclipse solar de las misma características que el de esta semana ocurrió en 2012, el año del último descenso del Sporting. En 2016, el Real Sporting de Gijón flirtea peligrosamente con su tercer descenso en 24 años. El primero llegó en 1998 a fuerza de batir todos los registros negativos en Primera División y de convertirse en el hazmerreír del fútbol español; el segundo sucedió hace cuatro años, con Javier Clemente en el banquillo, dando una imagen lamentable durante todo un curso que se terminó un 31 de enero con el injusto despido de Manolo Preciado, el artífice de la última época dorada del Sporting, el padre de cuatro temporadas de felicidad en la élite nacional. Este año, el equipo ya ha caído a las tres últimas posiciones y solo un milagro le sacará de ahí. Es la rueda del gánster que gira y gira para volver siempre al mismo punto. Una rueda que han construido con especial sigilo José Fernández y su cuadrilla de directivos fraudulentos que han llevado a la ruina deportiva y económica a una entidad con 111 años de historia.
Podríamos seguir atacando a De Burgos, a Tebas y a la mafia arbitral que está destrozando nuestro fútbol. También podríamos culpar a Abelardo de la derrota de este viernes por dejar en el banquillo a jugadores tan importantes como Rachid, Halilovic y Carlos Castro. Incluso podríamos culpar a los propios jugadores por el gol cantado que falló Sanabria, mérito de Ochoa y su estirada felina para sacar el balón cuando se colaba pegado a la cepa de su poste derecho; por el palo de Carlos Castro tras un disparo de Pablo Pérez que también salvó el guardameta del Málaga; a Halilovic por ver una amarilla por piscinero que le impedirá estar frente al Atlético de Madrid la semana que viene, o a Jony por regalar el balón que dio origen al golazo de Juanpi. Pero no podemos escurrir el bulto y hacer la vista gorda sobre el principal problema que tiene el Real Sporting de Gijón.
Podrán pasar los entrenadores, los jugadores e incluso los árbitros; mientras el Sporting tenga ese tumor maligno en el palco no hay nada que hacer. Podrán llegar ascensos milagrosos como el de la pasada temporada gracias a una plantilla y a un cuerpo técnico que se mantuvieron invictos durante 20 jornadas, pero la falta de modelo deportivo de una entidad que no pudo fichar por 500.000 euros que el máximo accionista y compañía dejaron a deber a la LFP, eclipsa cualquier atisbo de luz.