El ansiado triunfo contra el Barcelona llegó en la Champions League
Decidió un tempranero gol de Koke a los cinco minutos
La entrega y el nervio, claves para aguantar la ventaja
Alejandro Rozada (@alexrozada)
El Cholismo, la palabra de moda, ese concepto futbolístico que se resume en una fe a ciegas en el «partido a partido», ha convertido al Atlético de Madrid en una máquina imparable. Afición, cuerpo técnico y jugadores se han unido para defender la misma causa. La entrega constante, una abrumadora confianza en sí mismos y el carácter ganador han forjado un grandísimo equipo de fútbol que, por fin, se ha arrancado la etiqueta de «pupas» para convertir en una norma vital la creencia en «ganar, ganar y volver a ganar», que con tanto brío trató de inculcarles el añorado Luis Aragonés. Al fin se ha abrazado el Atleti a una dinámica ganadora. Antes, durante y después de la victoria contra el Fútbol Club Barcelona, daba gusto ver el aspecto del Vicente Calderón, teñido de rojiblanco y respirando los aires felices que destilan los colchoneros después de tantos años de disgustos y enfados. El orgullo atlético se manifestó con todo su esplendor este miércoles para superar el duro trámite de la vuelta contra el Barcelona, un poderoso equipo al que se pudo doblegar esta noche después de cuatro intentos en vano traducidos en cuatro empates (dos en la Supercopa, uno en la Liga y otro en la ida de los cuartos de final de la Champions). El Cholismo es, en definitiva, la denominación de calidad que refleja todo el brillo de la «marca Atleti», con la garantía de calidad que imprime un maestro como Diego Pablo Simeone. El Cholo es, sin duda, el mejor entrenador de la liga española y uno de los mejores técnicos del fútbol europeo; la prueba del algodón es que se codeará en las semifinales con ilustres pata negra de los banquillos como Josep Guardiola, José Mourinho y Carlo Ancelotti. Ahí es nada.
Un gol, un tempranero gol firmado por Koke Resurrección, bastó para decidir la eliminatoria, en la que ya partía con ventaja el Atlético gracias al empate a uno logrado en el Camp Nou. Les bastaba con mantener el cero a cero, pero este Atlético insaciable no juega a eso. Lo demostró desde que pitó Webb el inicio y, a los cinco minutos, Koke se apuntó el tanto de la fe para encarrilar el asunto. No podía ser otro. Este infatigable mediocentro, uno de los símbolos de este Atleti campeador, recogió el premio a su inagotable derroche físico al cazar en el segundo palo el centro de Villa, después de un disparo al palo de su paisano Adrián, para acariciar con su bota derecha los sueños atléticos. Un madrileño de pura cepa que está llamando con mucha fuerza a las puertas de la selección española, firmó el uno a cero llevando el éxtasis a la grada. Ni en sus mejores sueños contaban los atléticos con un arranque tan prometedor. Gol sin adornos ni florituras, solo fútbol vertical y preciso, siempre con la portería rival entre ceja y ceja. El colofón ideal a un comienzo arrollador de los colchoneros que puso contra las cuerdas al Barcelona.
Tardará en reponerse el Barcelona de este contratiempo. Después de seis ediciones consecutivas clasificándose, como mínimo, para las semifinales de la Liga de Campeones, el Barça se queda fuera de este torneo en cuartos de final. La psicológica barrera de los cuartos adquiere en esta ocasión un especial significado porque, al margen de la grandeza del oponente, se demuestra que el Barcelona actual ya no tiene nada que ver con el de Guardiola, ni siquiera con el de Tito y Roura. Porque la pasada temporada se quedó apeado en semifinales después de ser aplastado por el Bayern de Heynckes, un auténtico rodillo que posteriormente ganó la Copa de Europa. Pero al menos pasaron el trago, con muchos apuros eso sí, de los cuartos de final contra el PSG. Este curso, ni eso. Con la defensa hecha un flan ante las correrías de los atléticos, Xavi e Iniesta impotentes en la medular y Messi apagado y fuera de cobertura, Pinto y la madera se aliaron para evitar que la cornada de los miuras rojiblancos fuese de cuatro trayectorias. A Martino solo le queda aferrarse a las debilidades blancas para ganar la Copa del Rey en Mestalla, mientras que en la Liga deberán ganar todos y cada uno de los seis partidos que restan, incluido el monstruo final al que recibirán en el Camp Nou en la última jornada (el actual líder, el Atlético de Madrid). Se culminará así una complicada temporada en Can Barça, digna de un videojuego. Porque si a las carencias deportivas que demuestra este equipo, se le unen los temas extra deportivos, el cuadro resulta esperpentico. Pero ya habrá tiempo para hablar de las aventuras y desventuras de Rosell, Bartomeu y compañía.
Un partido de película
La caraja del Manzanares se empezó a rodar conforme arrancó el partido en el Vicente Calderón, el plató de los sueños de Enrique Cerezo y los suyos. Con la participación de los jugadores y el cuerpo técnico del Fútbol Club Barcelona, fue una comedia de continuos enredos defensivos y disparatados fallos de concentración protagonizados por el monumental despiste de los zagueros del Barça. Una empanada colosal de la que se aprovecharon los locales, dispuestos a hincarles el diente desde el principio. Avisó Raúl García con un disparo que se marchó alto y Koke no perdonó. La pareja de delanteros que improvisó Simeone para disputar la vuelta contra el Barcelona enloqueció a Pinto y a los defensores del conjunto catalán, incapaces de parar las acometidas de Adrián López y David Villa. Los asturianos eran un par de insaciables diablos que no paraban de moverse y descolocar a Alba, Bartra, Mascherano y Alves. La baja de Piqué casi fue una ventaja para él, porque se libró de participar en una comedia dramática. Y el Tata, entre tanto, circunspecto en el banquillo, impotente al ver el repaso táctico que le estaba infringiendo su compatriota Simeone.
El rodillo rojiblanco encerró al Barcelona en su propio terreno de juego y por momentos parecía una reedición del duelo contra el Bayern Múnich de la pasada Champions. Se barruntaba una goleada del Atlético de Madrid, pero los palos se aliaron con las aspiraciones culés. Después del remate al palo de Adrián en la jugada del gol, llegaron otros dos firmados por su colega David Villa. El asturiano, al que en Barcelona se trató de una forma escandalosamente injusta reflejada en los pitos con los que le despidió el Camp Nou cuando se fue sustituido el pasado martes, demostró que es un delantero como la copa de un pino, un polvorín en ataque y un artillero insaciable. El Guaje lo intentó por todos los medios posibles, ganándoles la espalda una y otra vez a Bartra y Mascherano, pero la madera se interpuso dos veces en su camino hacia el gol. A falta de Diego Costa, Villa fue el mayor peligro de los colchoneros y al Barça solo le quedó la opción de aferrarse a su mala puntería para meterse en el partido. Neymar, por la izquierda en esta ocasión, en una de las mejores decisiones que ha tomado Martino desde que es entrenador del Barça, fue la referencia de los visitantes y protagonizó la acción más destacada de los barcelonistas al tirarle un caño descomunal a Tiago tras una pisada digna de un astro del balón. Fue la única delicia que pudieron llevarse a la boca los culés, porque por lo demás la actuación de sus jugadores resultó lamentable. Parecía que estuviesen jugando un bolo veraniego en lugar de unos cuartos europeos.
El descanso le vino de perlas al Barcelona para sacudirse el marasmo y Martino se vio en la obligación de levantar el ánimo de una tropa aletargada. Parecieron atisbarse los resultados en la reanudación porque el fútbol culé comenzó a tener criterio, aunque se pecó de una excesiva tendencia a bascular el juego hacia el costado derecho, por donde cabalga un Dani Alves cuyos centros buenos al área se cuentan con los dedos de una mano, y siguen sobrando. Las circulaciones y movimientos de Busquets, Xavi e Iniesta siguen evocando los años dorados de antaño, aunque los barullos en los que suelen terminar la mayoría de los ataques del Barça evidencian que los años no perdonan, los rivales han tomado nota de ese juego de tiralíneas y los goles no llegan. Ni aunque se formen líos en el área de Courtois, como el que se saldó con un remate desviado de Xavi tras una mano decisiva del portero belga ante Neymar. La falta de un 9 sigue se sigue notando demasiado y a Fábregas le costó demasiado fajarse con dos perros de presa como Miranda y Godín. Entre ellos, y las ayudas de Gabi y Tiago, el Atleti se constituyó en un fortín que el Tata intentó desbaratar con la entrada de Pedro por Iniesta y Alexis por Cesc.
Valiente como él solo, el Cholo no se amedrentó con la apuesta ofensiva de su colega y metió en el terreno de juego a Diego Ribas, goleador en la ida, por el escurridizo Adrián López. A falta de un virtuoso como el turco Arda Turan, el brasileño fue el eje del juego colchonero y su entrada entregó al Atlético el dominio del juego, a pesar de jugar a favor del tiempo y del marcador. Sus embestidas volvieron a destapar las carencias de la defensa del Barcelona, un equipo que en la segunda parte se tuvo que encomendar a las paradas de Pinto. El guardameta gaditano respondió a los que cuestionan su valía para ser el portero del Barça con dos intervenciones magistrales ante Diego y Gabi. Volvió a sacar ese lobo feroz que lleva dentro el Atleti para dominar los últimos compases del encuentro, más aguerrido si cabe por el cambio de Cebolla Rodríguez por un Villa que se fue ovacionado del césped. El uruguayo salió a por todas y de no cruzarse el inspiradísimo Pinto en su camino hacia el gol, habría firmado el segundo de la noche. Al final, la cosa se quedó en un uno a cero que les sabe a gloria bendita a los atléticos, se meten en semifinales y ahora solo les queda esperar a que pase el siguiente. Unidos y felices, gracias al apoyo de una grada que les trata como si fueran dioses. En parte ya lo son, porque han devuelto a un afición el derecho a soñar. Y eso no tiene precio. Que lo disfruten.