Thiago Silva pertenece a esa estirpe de grandes futbolistas que se pueden permitir la licencia de redimirse en unos octavos de final de la Liga de Campeones y contra un grande del fútbol europeo como el Chelsea. A sus 30 años, el brasileño está considerado como uno de los mejores centrales del mundo (por no decir el mejor) y parece incluso razonable que el PSG pagara 42 millones de euros para hacerse con sus servicios. Partidazos como el disputado este miércoles 11 de marzo en Stamford Bridge demuestran el acierto de un fichaje y elevan a los altares a un futbolista capaz de sacarse la espina de un grave error con un golazo histórico.
En 2009 fue Andrés Iniesta quien firmó en Stamford Bridge un gol para la posteridad porque valió el pase del Barcelona a la gran final de la Liga de Campeones. Seis años despues, en 2015, ha sido Thiago Silva quien se elevó al cielo de Londres para catapultar a su equipo a la gloria. Ese cabezazo sublime, inalcanzable hasta para un ángel como Thibaut Courtois, le redime de todos los pecados, incluido el que cometió el brasileño al saltar con el brazo totalmente estirado para luchar por un balón en su área y que forzó un penalti que condenó el partido a la épica. El gol del empate, a poco más de cinco minutos del final, le valió el perdón.
El milagro de Thiago Silva decidió un partidazo de los que no complace a los paladares futbolísticos más exquisitos, pero que reúne todos los condicionantes (goles, emoción, pasión, alternativas, disputas y brillantes acciones individuales) que nos hacen amar a este deporte. Aunque fue mucho más virtuoso con el balón el PSG que el Chelsea, y eso que los de Blanc tampoco son un prodigio a la hora de tocar el balón, excepción hecha de Verratti y Pastore, el Chelsea es un grandísimo equipo que vive de una superlativa entrega y un compromiso irreprochable. Pero eso no les bastó para tumbar a un rival que se supo sobreponer incluso a la más que discutible expulsión de Zlatan Ibrahimovic, un emperador al que el fútbol parece haber concedido una segunda oportunidad.
Ibrahimovic vio una dudosa roja
Obligado por el resultado de la ida, el PSG extremó las precauciones optando por triangulaciones cortas para asegurar la posesión que les permitiera aproximarse a la portería del Chelsea, buscando ese gol que remontara la eliminatoria. Para ello, los pases en profundidad de Verratti serían fundamentales a la hora de repartir balones a Ibrahimovic y Cavani, que tuvo la primera aproximación aunque Cahill se le anticipó para que no pudiera rematar.
Con el PSG dominando el juego posicional, el Chelsea se limitó a mantener una intensa presión confiando en sorprender a la contra, utilizando para eso la banda izquierda como autopista de salida aprovechando las subidas de Azpilicueta y el desborde de Hazard. La movilidad de Diego Costa también constituía un importante recurso ofensivo, pero Thiago Silva y David Luiz estuvieron muy serios y concentrados para controlarlo. Con Costa bien marcado, las diagonales de Hazard y las llegadas de Fábregas, liberado de esfuerzos defensivos por la presencia de Ramires, se convertían en otras opciones reales de ataque, aunque ninguna cristalizó en acciones de claro peligro sobre la meta de Sirigu.
En la que pudo ser su última oportunidad de hacer algo grande en la Liga de Campeones, Ibrahimovic se fue para la ducha antes de tiempo, sin tener tiempo siquiera para romper a sudar. Vio la roja directa cuando apenas había pasado la media hora de partido por una dura entrada sobre Óscar, aunque la contundencia de la acción bien pudo ser sancionada simplemente con una amarilla. Falta sí, tarjeta también, pero roja no porque no fue con los pies por delante y no hay intencionalidad clara de hacer daño al rival pese a la espectacularidad del lance. Con esta expulsión, Ibra empata con Davids y se convierte en el jugador más expulsado de la historia de la Liga de Campeones (cuatro rojas).
La inferioridad numérica del PSG favoreció el fútbol de control del Chelsea, siempre a favor del crono, pues el empate (1-1) del Parque de los Príncipes clasificaba al equipo londinense. Aún así, la característica intensidad de todos los equipos de José Mourinho no les permitió caer en la conformidad; eso se reflejó en una acción de Diego Costa, todo pundonor y furia, que entró en el área visitante a trompicones, aguantó estoicamente las embestidas de los rivales hasta terminar derribado por una patada de Cavani que bien pudo ser sancionada con ese penalti que enérgicamente reclamó Mourinho desde su banquillo. Al descanso se llegó con empate a cero y esa era la mejor de las noticias para los franceses.
Los goles llegaron en el segundo tiempo
Buscando mayor compromiso, más recursos tácticos y capacidad ofensiva, Mourinho apostó por Willian en el segundo tiempo en la posición de Óscar. La verticalidad del brasileño contribuyó a intensificar el dominio local y suya fue la primera ocasión con un chut que desvió Sirigu. Fue solo un hecho aislado porque, a partir de ahí, el dominio le correspondió al PSG sobreponiéndose a su inferioridad. Verratti asumió el mando de las operaciones, bien secundado por Pastore y con Cavani interpretando a la perfección el criterio de su compañero. Fruto de esta sincronización llegó la gran ocasión del punta uruguayo, que tras recoger un gran balón en profundidad del argentino, recortó a Courtois y estrelló su disparo contra el poste derecho de la portería del Chelsea.
La ocasión de Cavani fue el preámbulo de los mejores minutos del PSG en una segunda parte claramente volcada del lado visitante. Porque a la contención defensiva se le unió una vocación ofensiva que también se reflejó en el disparo de Pastore que obligó a una buena estirada de Courtois. Fueron a su vez los peores minutos de un Chelsea totalmente desbordado por su rival, algo que se evidenció en una entrada tan dura como la de Diego Costa sobre Thiago Silva y que se saldó solo con una amarilla para el hispano-brasileño, que no fue expulsado como su colega Ibrahimovic. Como si quisiera imitar a Costa e Ibra, Verratti también exploró ese camino y también fue amonestado por otra dura entrada sobre Matic. Pero no todo iba a ser juego duro en un partido tan vibrante.
Desde que Sirigu apareció de manera providencial para salvar ante Ramires, se dio inicio a una fase dominada por el Chelsea y que se acabó traduciendo en el primer gol de la noche. Otra vez un central, en esta ocasión Cahill, aprovechó un balón suelto a la altura del punto de penalti para embocar a la red después de que Diego Costa le facilitara en semifallo el balón. Los de Mourinho saboreaban el pase, aunque un gol de los de Blanc les condenaba a la moneda al aire de la prórroga. Parecía justo que llegara el empate tras los méritos contraidos por el PSG durante todo el partido. Lo mínimo que se merecían los de París es que el partido se fuera a la prórroga y siguiera la emoción. Y lo consiguieron gracias a un portentoso salto de David Luiz, que en su vuelta a Londres se elevó al cielo de Stamford Bridge para conectar un cabezazo inalcanzable para Courtois. Como no podía ser de otra manera, el brasileño celebró a lo grande su golazo a pesar de enfrentarse a su ex equipo. Un gol de tanta trascendencia se merecía una celebración a la altura. Solo quedaban cuatro minutos para la finalización del tiempo reglamentario y pese a una última reacción del Chelsea, con más corazón que cabeza, la prórroga resultaría inevitable.
Thiago Silva se redimió a lo grande
La prórroga, esa moneda al aire donde todo puede suceder, volvió a demostrar que el fútbol siempre será el arte de lo imprevisto. De un gran arranque del Chelsea, con balón y poniendo coto a la portería de Sirigu, se pasó al delirio parisino. Empecemos por el principio, perogrullada obliga. Los de Mourinho no salieron a especular con la pelota, confiando en que el factor Courtois les salvaría en la tanda de penaltis. Y a los cinco minutos de reanudarse el juego forzaron un penalti por mano de Thiago Silva que, si bien no se aprecia un contacto nítido con el balón, la intencionalidad pesa en este caso en su contra al saltar con el brazo estirado a por el cuero. Kuipers, que hasta entonces se había mostrado muy predispuesto a sancionar cualquier infracción, lo vio claro y señaló la pena máxima que Hazard se encargó de transformar con su habitual sapiencia. Ese gol escondía una trampa en la que podía caer el Chelsea a poco que se descuidara porque el empate a dos clasificaba al PSG. Unos no podían confiarse y otros no debían flagelarse, caso de Thiago Silva, muy ofuscado por su error de cálculo en ese salto mortal hacia el abismo de la eliminación.
El partido siguió, como si nada hubiera pasado. El Chelsea mantuvo el control del balón, pero el férreo dispositivo defensivo francés, al que se le sumó Rabiot al entrar por Matuidi, impidió que el dominio local cristalizara en ocasiones que inquietaran a Sirigu. Al que sí inquietó el duro chut de David Luiz fue a Courtois, que tuvo que volar para desviar su envenenado lanzamiento. Fue un aviso, antes del final de la primera parte de la prórroga, de que el PSG no había dicho su última palabra. Ni los calambres provocados por el inevitable cansancio de un partido larguísimo iban a frenar su ímpetu.
En la segunda parte de la prórroga siguió tratando el equipo de Mourinho de adaptar el partido a su ritmo confiando en que lograrían sentenciar. Diego Costa tuvo la más clara en un disparo desde la frontal que se marchó muy desviado y esa fue la única cana al aire que se pudieron permitir los de la city. Porque a partir de ahí, el PSG lanzó un órdago ofensivo que encerró a los blues en su área. Comenzó un asedio que erigió a sus torres brasileñas, David Luiz y Thiago Silva, en su principal escuadrón de ataque. Uno ya había marcado y el otro andaba excitado confiando en obtener la quita del perdón por el flagrante error que había cometido en la jugada del segundo gol del Chelsea.
Primero avisó Thiago Silva con un cabezazo bien orientado hacia el costado débil del portero, al que respondió Courtois con una de sus estiradas escalofriantes habituales. El balón se fue a córner y de ahí, de ese saque de esquina, volvió a emerger contundente la figura del zaguero brasileño para conectar un espectacular testarazo que entró como un misil en la meta del belga. Esa fue la purga que reclamaban sus aficionados para perdonarle y Silva expió así sus pecados, a lo grande. Porque después de su gran gol solo hubo tiempo para que el brillante trabajo colectivo que habían realizado sus compañeros (sublimes Rabiot y Motta en la sala de máquinas) durante ese largo y fatigoso encuentro, encontrara el reconocimiento que se merecen los flamantes cuartofinalistas de la Liga de Campeones.