El Sevilla acerca la segunda al Betis con la ayuda de un arbitraje desconsolador. Velasco Carballo se encargó de plasmar en el resultado la la clara diferencia entre los dos planteles, inexistente en la primera media hora y, de paso, indignar y enfurecer a la parroquia verdiblanca, más de penitencia en estos días si cabe. Otra historia de penaltis, decepciones y derrotas, y ya se las van sabiendo de memoria por el Villamarín. Al final, el Sevilla se llevó el derbi de Domingo de Ramos y mira hacia arriba sin renunciar a nada, mientras el Betis cuenta jornadas hasta una muerte más que anunciada.
Apareció un Betis valiente en el césped heliopolitano. Valiente, no creativo ni peligroso. Querían aprovechar los verdiblancos el posible cansancio de sus vecinos tras la remontada en Nervión del jueves, pero solo encontraban ocasiones desde lejos o a balón parado. Jordi Figueras remató desviado un centro de Nono, que al minuto estrelló un balón en Fazio chutando desde lejos. Y antes de que empezara el recital del colegiado, el madrileño enseñó sendas cartulinas amarillas a N’Diaye y a Trochowsky, ambas tan posibles como evitables.
Al cuarto de hora la cogió Baptistao dentro del área sevillista. El hábil jugador brasileño se revuelve y cae entre una nube de piernas rivales. Pareció penalti. Velasco Carballo no pitó, ni en esa ni en la siguiente de Jorge Molina, que no aparentó serlo en absoluto. No protestaron mucho los heliopolitanos. A los minutos Rubén Castro buscó la escuadra de Beto en un libre directo, aunque el balón se fue alto por poco. Y entonces llegó el lío mundial. En una buena y solitaria acción de un Sevilla que todavía no había pisado área rival, el balón le llega a Bacca y se planta solo ante Adán. Cuando los béticos ya se encomendaban a La Estrella, que se estaba poniendo guapa en Triana, llegó Juankar y rebañó el balón con una precisión milimétrica, porque si la pelota hubiera sido de golf en vez de fútbol, el extremo madrileño también la hubiera tocado. Velasco Carballo, a dos metros de la jugada, no lo vio así, señaló el punto fatídico y mandó para la casetilla al verdiblanco.
Gameiro hizo lo que debía. Marcó la pena máxima y adelantó a un Sevilla que se encontró, a partir de entonces, con un partido muy de cara. Calderón intentó mover piezas para sacar algo positivo. Primero recompuso la zaga metiendo a Chica por Vadillo. Luego, ya empezada la segunda parte, quiso poner defensa de tres, incluso sabiendo que exponía a su equipo a sufrir unas contras tan predecibles como peligrosas. De los cuatro defensores que había en el campo quitó al más ofensivo, aunque también al mejor, y abandonó Juanfran el terreno de juego por la parte contraria a los banquillos y entre aplausos de los suyos. Salió Braian para intentar la imposible. Emery también movió banquillo y eligió a Rakitic para retener el balón, moverlo con criterio e intentar cerrar el partido.
El Betis se mostró inoperante. Quizá por tener un jugador menos, o por saberse en segunda, o porque hacía mucho calor. Se requería más de lo que tenían los verdiblancos para dañar a un Sevilla seguro y ordenado, que salía a la contra por las bandas y con velocidad. Así volvieron los rojos a convertir a Adán en héroe rival y así remataron el partido. Gameiro se desmarcó bien, recibió libre y no perdonó. Los asientos del Villamarín empezaron a vaciarse, más necesitado el respetable de santos y borriquitas que de castigos y penitencias. El Sevilla mira a Champions, el Betis sigue en caída libre por el precipicio y Velasco Carballo, nevera o no de por medio, representará a España en la cita mundialista brasileña del próximo junio. Pues si éste es el mejor…