Alejandro Rozada (@alexrozada)
Asturias nunca olvida a sus héroes. Poco importa que sean efímeros o eternos, esta región se ha acostumbrado a honrar a su pasado más glorioso por encima de modas puntuales. No son los asturianos tan desmemoriados como para desvincularse de las gestas que les produjeron orgullo tiempo atrás. Aquí se honra de manera perenne a los símbolos de carne y hueso, llegando a convertirlos en estatuas tan duras como el bronce cuando corresponde. Sean o no sean nativos de este territorio. El orgullo astur consiste en disfrutar de las alegrías a cara descubierta y homenajear a los caídos sin ataduras ni cortapisas de ningún tipo. Esta característica tan autóctona, que abunda en nuestro país menos de lo que sería deseable, define el vinculo de Asturias con la memoria. El recuerdo se extiende a muchos campos (en especial a la lucha obrera, las artes o las ciencias), pero es en el deporte donde los asturianos encuentran últimamente más motivos para disfrutar. La fascinación no solo se destina a los deportistas que están triunfando en la élite como Fernando Alonso, Santi Cazorla, David Villa o Ángela Pumariega, ni a jóvenes promesas tan brillantes como el tenista Pablo Carreño. El pasado no es solo una nota a pie de página y la admiración popular también guarda un rincón de su memoria para distinguir a personajes con una trayectoria tan sinuosa como la que protagonizó Yago Lamela (Avilés, 1977), un héroe fugaz.
Pero, en ocasiones, los deportistas no son plenamente conscientes de la repercusión real de su figura. Le ocurrió a Yago Lamela, un ídolo caído que no supo asimilar el vacío que supone pasar de la gloria a la indiferencia. El miedo al olvido le jugó una mala pasada a este atleta avilesino en sus últimos años de vida. La gratitud no tiene el mismo valor sentimental en unos que en otros. Eso le pasó una trágica factura a Yago. El pánico a ser un juguete roto ancló en el pasado al hombre que asombró a España un 7 de marzo de 1999. Ese día, un país entero brincó desde la cama para celebrar la asombrosa noticia que llegaba desde el Lejano Oriente. En los Mundiales de Maebashi (Japón), este asturiano saltó 8 metros y 56 centímetros en un hito hasta entonces desconocido en la historia del atletismo español. Récord de Europa de longitud. La proeza fue tal que tuvo que pasar una década para que un alemán, Bayer, la batiera. Lejos de motivarle y servirle de aliciente para superarse a sí mismo y convertirse en un gran campeón, este hito marcó la culminación de una trayectoria y el principio del su decadencia. Las lesiones se cebaron con este deportista en el momento más inoportuno. En 2004, el año de los Juegos Olímpicos de Atenas, Lamela recibió el golpe de gracia definitivo cuando el tendón del tobillo de la pierna de apoyo le dijo «basta». Ahí se destruyeron todas las esperanzas con las que había terminado en 2003, cuando fijó la mejor marca mundial del año (8,53, solo tres centímetros por debajo de su récord personal). No fue un contratiempo más, fue una lesión crónica que le estancó en la mediocridad y las esperanzas de formar un tándem imbatible con su entrenador, Juanjo Azpeitia, se cayeron como un castillo de naipes. Le tocó morder el polvo y eso ya fue demasiado para su cabeza.
Yago Lamela no es de lo que se resignan a su suerte y el peso de la fama le castigó como la más dolorosa de las lesiones. Aunque intentó encontrar alicientes y motivaciones para salir adelante en la aviación, informática y música electrónica, no fueron más que aficiones pasajeras que no llenaron el inmenso vacío mental que le dejó su querido y odiado deporte. Asturias, mientras tanto, le seguía recordando con cariño; en la memoria activa de todos los aficionados seguía instalado ese gran salto de Japón. Pero Yago no era consciente de ello. Se veía roto, caído y derrotado, castigado de una forma inmisericorde por el olvido. Le empezó a costar cada vez más levantarse por las mañanas y así se fue destruyendo poco a poco. La presión mental fue tan fuerte que le adentró en un túnel en el que no había salida. La oscuridad le aisló de la sociedad, le resultó imposible soportar las lesiones y la tensión excesiva por cumplir las expectativas generadas desembocó en una tragedia. Precisamente, el último salto de su vida ha resultado el más cruel y desgraciado. Este jueves 8 de mayo de 2014 se recordará como el día que este saltador avilesino brincó definitivamente hacia la fatalidad. Este último salto le llevó tan lejos que ya no podrá volver. El miedo al olvido lastró para siempre al ídolo de Maebashi, un deportista que se ha marchado sin llegar a entender cuál fue el motivo de su defenestración. Como le dijo a De la Morena en «El Larguero» de la Cadena SER, en una de las últimas entrevistas que quiso conceder a la prensa, «uno nunca piensa que le puede dar una depresión«.