Una galopada felina de Bale da la Copa al Madrid a cuatro minutos del final
El infortunio y desbarajuste táctico se ceban con un Barcelona completamente roto
Neymar estrelló en el 89´ un balón en el poste y el rebote le llegó a Íker Casillas
Alejandro Rozada (@alexrozada)
La fe y el miedo son dos caras de una misma moneda. Mientras que la fe es la creencia en algo sin necesidad de que sea confirmado por la experiencia, la razón o la ciencia; el miedo es una sensación de alerta y angustia ante la presencia de un peligro que puede ser real o imaginario. Ambas mueven montañas y, por supuesto, ganan partidos de fútbol. Los títulos, por descontado. En Mestalla asistimos a la demostración real de la fuerza de lo intangible, de los sentimientos, de los valores en definitiva. Se comprobó la verosimilitud de la famosa cita de Jorge Valdano («El fútbol es un estado de ánimo»), y se evidenció hasta recompensar la fe inquebrantable de los madridistas. El Real Madrid creyó más que el Fútbol Club Barcelona en ganar la Copa del Rey. Hasta los más escépticos lo reconocerán si se fijan en el estado de forma con que afrontaron unos y otros la final. Los merengues estaban eufóricos tras firmar el pase a las semifinales de la Liga de Campeones y una cómoda goleada en la Liga; los culés estaban machacados por la eliminación europea y la estrepitosa derrota liguera contra el Granada. Los blancos estaban esperanzados y los blaugrana se temían lo peor.
Dos maneras de entender la vida, dos formas de afrontar un partido de fútbol, dos caminos por los que llegar a una final que se terminó decantando hacia el lado más positivo. Sí, ganó el Madrid. La galopada imparable de Gareth Bale en la jugada del segundo gol corona a un equipo que siempre creyó en sus posibilidades, en lo concreto y en lo abstracto, para imponer su mejor estado de forma psicológico y físico. Ese simbolismo, unido a unos valores tácticos imperturbables, se combinaron para derrotar a un rival completamente roto y al que se le saltan las costuras por delante, por detrás y por los lados.
Pero el mérito de este Madrid no es solo espiritual, ni mucho menos. Honra al campeón porque superó el empate firmado por Marc Bartra, justo después de que Mateu Lahoz se rectificara a sí mismo y anulase por una falta sobre Pinto un gol previamente concedido. Lo que sucedió en poco más de un cuarto de hora (del minuto 68 al 85) resume a un honroso ganador y a un impotente perdedor, que aun así se sobrepuso al fatalismo que le rodea para disputar el partido y luchar por el título hasta el final: tanto anulado, empate de Bartra y golazo de Bale. En esas tres jugadas se decidió el ganador. No regaló la Copa el Barça, para nada. No hay más que remitirse a ese balón venenoso que envió Neymar al palo izquierdo de la portería de Íker Casillas; tenía marchamo de gol pero milagrosamente (no se sabe si por suerte, inercia ganadora o por la fuerza gravitatoria de la mirada del portero blanco) el balón volvió directamente a las manos del guardameta.
Hay instantes que resumen toda una vida y hay jugadas que definen un partido, esta es una de ellas. A falta de las milagrosas intervenciones a las que nos tiene acostumbrados el guardameta madrileño, esta vez fue la divina providencia la que se alió a su favor a un minuto del final para mantener una ventaja que resultó decisiva. Ahí estuvo el partido y, quizás, la Copa. Quién sabe si de haber forzado la prórroga se habría escrito un desenlace bien distinto y el Barcelona se hubiese llevado el gato al agua para tomarse la revancha de lo que ocurrió hace tres primaveras en Mestalla, el mismo escenario donde hoy se volvió a coronar al Madrid. A este paso, el estadio del Valencia se terminará convirtiendo en la segunda casa del madridismo. Les trae suerte este campo, sin duda.
Nervioso, emocionante, electrizante, dramático, apasionado, racional e irracional. El encuentro tuvo de todo y nadie mejor que Gareth Bale para encajar en esta filosofía tan volátil. El fichaje del verano, la multimillonaria apuesta de Florentino Pérez, el príncipe de Gales del fútbol continental, se coronó en Valencia para proclamarse el rey absoluto de la final. Gareth sentó sus reales aposentos en el sillón del lesionado Cristiano y justificó el arduo esfuerzo del presidente blanco por hacerse con sus servicios. El hombre de los cien kilos demostró este miércoles 16 de abril de 2014 que está en el TOP 5 de los mejores jugadores del planeta. Desde que comenzó el partido rondó el área rival y las tuvo de todos los colores. Sus avisos eran zumbidos que se marchaban rozando los postes de la portería de Pinto, dando grima a los barcelonistas.
El repelús fue completo cuando, desde la izquierda, Bale desbordó a Bartra con un autopase letal que le dejó plantado ante Pinto al que batió con un disparo raso que se coló entre las piernas del portero gaditano. Parecía lógico ese desenlace porque la hermosura de semejante carrera, que recordó a las míticas galopadas de Paco Gento en el siglo pasado, no se merecía mejor final que el gol. Gareth Bale y Paco Gento, la unión de dos iconos del madridismo separados por cinco décadas se materializó en un magno escenario para convertir al Madrid en el campeón copero, firmando un triunfo a la vieja usanza. El Real Madrid ganó a la antigua y si la final se hubiese emitido en blanco y negro, no nos habría cogido por sorpresa. En absoluto. Porque fue un partido de los de antes.
El Real Madrid reina en Mestalla
Ambiente espectacular en las gradas. Mestalla engalanado como solo se sabe engalanar este estadio cuando acoge las grandes citas. La final del año 2011 en el recuerdo de todos, a pesar de la ausencia forzosa de su protagonista, Cristiano Ronaldo. El Real Madrid presentó a su once de gala copera, con Íker Casillas en el arco y la presencia de Isco como comodín entre la medular y el ataque. En el Fútbol Club Barcelona, al margen de la lesión de Víctor Valdés, poco relevante para esta final porque la jugaría Pinto al ser el portero de la Copa, las principales novedades se localizaron en el eje de la zaga (Bartra y Mascherano) y en la punta del ataque (Neymar, Cesc y Messi). Esa defensa improvisada para la ocasión por Gerardo Martino fue la típica chapuza que improvisa un manitas en su casa para salir del paso. Desde muy pronto se comprobó que le iban a salir astillas por todas partes. Porque el Madrid, como si quisieran evitar a toda costa un agónico desenlace como el de hace tres años, salió como una centella. Avisó Bale con dos remates que se marcharon rozando el poste izquierdo de Pinto, a cada cual más cerca, y a la tercera fue la vencida. Pérdida de Alves, la recupera Isco, pase en diagonal para Benzema, que a su vez la mete en profundidad para la carrera de Di María, aguanta ante Jordi Alba, al que supera con un caño y su disparo final lo toca Pinto, para acabar besando la red.
El mazazo fue mayúsculo. Un argentino castigaba al equipo de su compatriota Messi, el argentino por antonomasia. Muy propio en este Barcelona al que le crecen los enanos. Recuerda a aquel equipo de finales de la década de los noventa al que se la liaba parda, partido tras partido, Claudio «El Piojo» López, precisamente en este mismo campo, Mestalla. Esta vez fue Ángel Di María quien ejerció de Piojo para encarrilar el asunto. Con un gol encajado, al Barça no le quedó más remedio que hacerse con el balón aunque solo fuese para prevenir males mayores. Pero las transiciones duraban años, las jugadas se congelaban al entrar en territorio blanco y las definiciones brillaban por su ausencia. Hasta que Iniesta encendió su lámpara de los milagros, vio un buen desmarque tirado por Fábregas y el pase de gol a cargo del de Arenys se paseó por el área de Casillas. Tardó 20 minutos el Barcelona en aproximarse con cierto peligro a la portería rival. Intentando cumplir con la máxima de Luis Aragonés de que «el dueño del balón es el dueño del juego», el Barça se volvió a acercar, esta vez tras un centro de Alves desde la derecha que cabeceó Alba directamente a las manos de Casillas. Un defensa, Jordi Alba (1,70) cazando los centros enviados desde la banda: bienvenidos al circo. Con todos estos disparates, el partido resultaba más tenso que vistoso, demasiado encaminado hacia el cuerpo a cuerpo. Y en esa batalla parte con ventaja el Madrid, un cuadro más concebido para la batalla.
El juego se paraba demasiado y se sucedían las advertencias del colegiado a los jugadores blaugrana, primero a Bartra y luego a Mascherano. Mientras, calentaba Adriano, en alerta por las molestias de Jordi Alba. Todo eran problemas para el Barcelona. Entre tanto, Lionel Messi no estaba, y eso que se le esperaba. Pero el rosarino debe de estar pensando más en el Mundial de Brasil que en sus compromisos puntuales con el Barça. Estancado en la demarcación de delantero centro, atado en corto por Ramos y Pepe, apenas entraba en juego y sólo aparecía en esporádicas asociaciones partiendo de tres cuartos con unos movimientos bien abortados por la zaga blanca. Con Messi de cuerpo presente, la ceremonia triunfal del Madrid se hacía cada vez más manifiesta. El día que Ancelotti jugó con cuatro centrocampistas, su equipo daba miedo al contraataque, en un aviso permanente de peligro. Y eso que la posesión era cosa del Barcelona, e incluso Messi se animó con un disparo a puerta en el minuto 40. Fue un charco en medio del desierto y todo desembocaba en inútiles reclamaciones de penaltis. Así terminó un primer tiempo perfecto para el Madrid, que solo esperaba a la sentencia para solventar la papeleta.
La mencionada lesión de Jordi Alba dio lugar en el descanso al primer cambio del partido. Adriano por el lateral de Hospitalet. El arranque del segundo tiempo siguió un guión idéntico al del inicio del encuentro, con una ocasión para Gareth Bale que se marchó lamiendo el poste izquierdo de Pinto. A pesar de las fulgurantes acometidas de la flecha blanca, seguía dominando el Barça aunque pecando de excesiva previsibilidad e imprecisión en movimientos y pases. Parece que a Xavi y compañía les importa más controlar la posesión y sobar el balón de lado a lado, que crear peligro real. Una tónica que quiso romper Martino con la entrada de Pedro por Fábregas. Entre protestas a Mateu por aquí y por allí (se reclamaron sendos penaltis en las dos áreas), intentó sorprender Bartra con un un disparo lejano que Casillas se quitó de encima como pudo. A partir de esta ocasión, el gallinero se revolucionó y los gallos comenzaron a marcar su territorio. Empezó un carrusel de ocasiones que bien extraño es que solo diese origen a dos goles. Fue un intercambio de golpes que encerró al Madrid en su área, pendiente de aprovechar cualquier pérdida de balón del Barcelona y los robos puntuales para salir como búfalos desbocados al contraataque.
Al chut de Bartra respondió Benzema con un remate ajustado que se marchó pegadito al primer palo, después de tocarlo Pinto. A la salida del consiguiente córner marcó el Madrid. Gol de Bale de cabeza al cazar un balón suelto en el segundo palo, Mateu Lahoz señaló en primer término al centro del campo otorgando validez al tanto, pero rectificó sobre sus pasos acto seguido para invalidarlo por una falta del galés sobre Pinto. Esta jugada descolocó al Madrid, al que aún le quedaba lo peor. En el intercambio de golpes se produjo un córner en el área contraria, lo botó Xavi Hernández desde la izquierda del ataque blaugrana y a la altura del punto de penalti merengue levantó el vuelo Marc Bartra, imperial, para empatar rompiendo de paso el récord de imbatibilidad de Casillas (789 minutos). El gol del canterano hizo más justicia con su infatigable actuación, a pesar de estar desbordado de trabajo por las continuas embestidas blancas, que con los méritos reales de su equipo. Aquí empezó un nuevo partido y ahí, como al principio, partieron con ventaja los blancos más predispuestos a penalizar cualquier concesión. Advirtió Modric con un disparo desde lejos que se estrelló en el exterior del poste, lo intentó Di María con un lanzamiento muy alto y, después de un intento de Adriano que durmió manso en los guantes de Casillas, marcó Gareth Bale.
En una jugada muy suya, «typical british», llegó el búfalo galés hasta los dominios de Pinto al que superó con una clase extraordinaria metiéndole el esférico entre las piernas. Un caño espectacular culminó una definición digna de un pura clase y una galopada meteórica que convirtió al bueno de Bartra en un caracol impotente. Pinto, que ya bastante tiene con defender la portería de un gigante como el Barcelona, hizo lo que pudo. La sombra de Valdés es demasiado alargada. Tras el segundo del Madrid, al Barça no le quedó más opción que irse con todo al ataque aunque fuera a costa de descuidar la faceta defensiva, dejando unas lagunas atrás por las que se podían colar a sus anchas los blancos. Y en una de las aproximaciones blaugrana, Neymar, hasta entonces desaparecido en combate, improvisó un remate cruzado que parecía irse directo a la red. Casillas lo vio pasar como los ancianos que contemplan las obras en la calle y, sorprendentemente, el balón se terminó estrellando en el poste. Intentó cazar el brasileño el rechace, pero el balón se escurrió entre sus botas y volvió manso a las manos del portero mostoleño. Este fallo ya fue un castigo demasiado pesado para las aspiraciones de los culés, porque ya no quedaba tiempo (apenas un minuto más el tiempo añadido) y el muro defensivo blanco, con Illarramendi recién entrado al campo para hacer horas extras como peón defensivo, se convirtió en un obstáculo insalvable. Final, campeonó el Madrid.
Victoria por dos goles a uno para los madridistas y el Barça culmina así diez días horribles en los que ha perdido la Copa del Rey, ha sido eliminado de la Liga de Campeones y ha tirado la Liga a la basura. Mientras que los madridistas celebran alborozados el primero de los tres títulos a los que aspiran y se hacen ilusiones incluso de triplete, los culés están desolados y no quieren saber nada de nadie, y menos de un equipo en avanzado estado de descomposición. El barcelonismo se baja de la ola ganadora, el fin del ciclo es un hecho y ya son totalmente conscientes de que la temporada está virtualmente terminada. Solo les queda aferrarse a terminar de la manera más honrosa posible el curso liguero y confiar en que, al menos, el Atleti ganará la Liga. El barcelonismo también se abraza al cholismo. No les vendría nada mal poner un Simeone en sus vidas. Menos Tata y más Cholo.