El madrileño se vio envuelto en una montonera en el kilómetro 60 y acabó cediendo 48 segundos en meta. Victoria para Peter Sagan, que rompe con la maldicion vigente desde 2012 por la cual un campeón del mundo en ruta no gana una etapa del Tour.
Aunque él no sea asturiano y hablamos de un ritual típicamente de Asturias, al bueno de Alberto Contador no le vendría nada mal ir a pasar el agua para espantar el mal de ojo y la mala suerte que le están haciendo la puñeta en estos primeros días de Tour de Francia. Ya está bien. Dos caídas en dos etapas es algo demasiado cruel para un doble ganador de la ronda por etapas más prestigiosa del mundo. Si en la primera jornada salvó el tipo y al menos pudo entrar en meta en el mismo tiempo que sus rivales, esta vez ni eso. Cedió 48 segundos en la subida final a La Cote de La Glacerie, una rampa de 3ª categoría que resultó decisiva en el desenlace de la etapa, con casi 2 km al 6’5%, con la ayuda inestimable de su propio equipo, que tiró para que ganara Sagan, la otra carta ganadora que juega el Tinkoff en este Tour.
No estaría de más que, en lo sucesivo, Alberto Contador luciera una estampa de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de su Pinto natal, en la bicicleta. Toda ayuda es poca para luchar contra el infortunio y la mala leche; por ejemplo, la de sus propios compañeros, que tiraron con ahínco en los metros finales para descolgarle. ¿Para qué necesita rivales teniendo compañeros? No obstante, en honor a la verdad, reconozcamos que Contador no iba bien y se pudo descolgar de igual manera tirase quien tirase. Lo hizo el Tinkoff y nos resulta hasta comprensible teniendo en cuenta el mal ritmo del español, las opciones de ganar la etapa y las aspiraciones de amarillo de Sagan. Pero siempre chirría ver a un jefe de filas vilipendiado por su propio equipo.
«Duelen más las heridas que los segundos perdidos», contó Contador a su llegada a meta. Resignación cristiana del campeón español, que no quiso hacer leña de su propio árbol caído y ciscarse en su equipo a las primeras de cambio. Él puede disimular su malestar; lo que no se puede disimular es el cabreo de su entorno, que está echando chispas, ya no solo por la impotencia que sienten al ver al bueno de Alberto castigado por las inclemencias de la carretera, sino por la actitud de sus propios compañeros. Así es el deporte y así es la vida en general. Para que unos ganen, otros tienen que perder.

Peter Sagan ganó en Cherbourg-en-Cotenti la segunda etapa del Tour y cambia el maillot arcoíris por el amarillo.
Y el que ganó la segunda etapa fue Peter Sagan, volviendo a demostrar que algunos nacen con estrella y otros estrellaos. No llamaremos estrellao a Alberto Contador a estas alturas, pues no nos queremos estrellar con su enorme palmarés (adornado, por ejemplo, de un par de Tours de Francia); pero sí queremos subrayar el extraordinario mérito de su compañero (y quién sabe si gran rival) por haber sido capaz de romper la maldición del maillot arcoíris. El eslovaco es el primer vigente campeón del mundo de fondo en carretera que gana una etapa en el Tour desde que lo consiguiera en 2012 el británico Mark Cavendish, precisamente su antecesor en el palmarés de victorias de etapa de este Tour y en el maillot amarillo, que ha pasado a lucir el mismo Sagan.
«No sabía que había ganado», declaró el nuevo líder de la prueba. Va a ser verdad, pues ni siquiera levantó los brazos al cruzar la línea de meta de La Glacerie porque no se creía que había ganado él tras su intenso sprint final con Julian Alaphilippe (Etixx) y el español Alejandro Valverde (Movistar), la cara más amable de la jornada para nuestro deporte, pues Purito Rodríguez también se vio implicado en la caída que afectó a su compatriota Contador y también al francés Warren Barguil, del Giant. Fiel reflejo de la buena estrella que acompaña a Sagan es que gane hasta cuando no se lo espera. Ojo con él.