El australiano se impone al eslovaco en el sprint final de los escapados y refleja la superioridad del Orica durante toda la etapa. No hay cambios en la general y Chris Froome sigue de amarillo.
Tras la tempestad pirenaica, llegó la relativa calma que abre la segunda semana de Tour. Decimos calma relativa porque fue una jornada de transición para los primeros clasificados, pues la general no sufrió cambios de importancia, pero no fue un día tranquilo para los implicados en la escapada buena del día. Se jugaron la victoria en Revel, al sprint, entre los seis fugados y finalmente se llevó el premio Michael Matthews, un australiano que no supo hasta hoy lo que es ganar una etapa del Tour de Francia. Lo consiguió a costa de Peter Sagan, que sí sabe lo que es saborear las mieles del Tour, recibir los besos de las azafatas, coger el peluche e incluso vestirse de amarillo.
Esta vez, el sagaz eslovaco murió ahogado en la orilla de la meta tras resistir las acometidas que le prepararon sus rivales con sus perversas intenciones durante toda la etapa; eso sí, el maillot arcoíris lo seguirá luciendo él. El caso es que, por hache o por be, no se puede tener todo. No se pueden sortear todas las emboscadas, llevar el jersey de campeón del mundo, ser el centro de los besos en el podio y conseguir todas las victorias a las que aspira en el Tour. De ser así, más que de Peter Sagan, estaríamos hablando de Eddy Merckx, o de Sean O’Pry, sel que dicen que es el hombre más guapo del mundo. Así que al bueno de Sagan le quedará el consuelo de aparecer segundo en la foto, solo por detrás de Matthews, y por delante de Boasson Hagen, Van Avermaet, Dumoulin y el intrépido Impey, más descolgado esta vez pero siempre implicado en todos los saraos.
No nos engañemos: hablamos del final porque, como suele ocurrir en estas etapas de transición, fue lo más interesante del día. Lo demás supone recrearse en un ejercicio descriptivo, tan pesado para los esforzados cronistas de la ruta como para usted, amigo lector; aún así no nos podremos quejar tanto como los propios ciclistas, que son los que acumulan cientos de kilómetros en sus piernas. Ya son diez etapas y el cansancio empieza a ser un incómodo compañero de fatigas, valga la redundancia. Al menos, la general no sufrió ningún tipo de trastorno y los escapados pudieron llegar tras un recorrido muy exigente que incluyó el ascenso al techo del Tour, el puerto de Envalira, una considerable tachuela de 2.408 metros.
En paralelo, seguimos divagando sobre el infortunio de Alberto Contador y el alcance de la desafortunada lesión que le hizo abandonar el pasado domingo y que le obligará a estar de baja 4 semanas. Es un golpe casi mayor que el abandono del Tour de Francia, porque supone la no participación en los próximos Juegos Olímpicos. Siempre es una gran desgracia para un deportista perderse el mayor acontecimiento del mundo del deporte, más si cabe para Contador, que «podría haber hecho una gran carrera en Río», según declaró el madrileño en la rueda de prensa que ofreció esta mañana en la clínica CEMTRO. También continúan las diatribas y lamentaciones sobre el anuncio de la retirada de Purito Rodríguez al final de esta temporada, que nos sorprendió en la jornada de descanso. Al menos, Purito sigue en el Tour, es quinto en la general y por qué no soñar con que nos dará un alegrón en los próximos días para despedirse a lo grande.