Un Barça lento empata (1-1) en San Siro gracias al oportunismo del argentino y suma un punto que le mantiene líder del grupo H
Alejandro Rozada (@alexrozada)
Mucho ha llovido desde el pasado 20 de febrero. Desde que el Barcelona cayera (2-0) ante el Milan en los octavos de final de la pasada Champions, mucho han cambiado las cosas. Hubo triple salto mortal en el banquillo (de Jordi Roura, que se sentó aquel día en el banquillo, se llegó a Martino, pasando por la estancia de Tito Vilanova), se fichó a Neymar y se ajustaron distintas piezas por devoción y obligación; el caso es que poco tiene que ver aquel Barça con éste. Aquel equipo se atascó por la presión milanista y se complicó su futuro europeo con una derrota que le obligó a remontar días después en el Camp Nou. Pero la gran diferencia entre ambas citas la marca Leo Messi; mientras que en febrero se eclipsó por el cerrojo rossonero y no vio la luz del gol, esta vez frotó la lámpara goleadora y se sacó de la manga un tanto que es un puntazo. Gracias al argentino, por enésima vez, el Barcelona logró salir de un buen lío y se consolida en lo más alto del Grupo H, a un paso de cerrar su pase a octavos.
Aunque los árboles de los números se empeñen en tapar el bosque de las carencias barcelonistas, no se pueden desdeñar sus apuros defensivos y la falta de profundidad en ataque. Vayamos por partes: los problemas en la zaga se retrataron perfectamente en la jugada del gol milanista. Busquets cedió de cabeza atrás hacia la posición de Mascherano, al que pilló a contrapié el pase de su compañero, esto obligó a Piqué a acercarse hasta allí y la falta de entendimiento entre ambos centrales la aprovechó Robinho para robarles la cartera, irse como un tiro hacia la portería de Valdés, apoyarse en Kaká para tomar oxígeno y definir con clase ante la impotencia de Busquets, que llegó antes que su compañero argentino a cubrir el tiro del brasileño. No podían ser otros quienes sacaran petróleo de la indecisión de los zagueros. Dos brasileños, dos ex madridistas que salieron por la puerta de atrás de Concha Espina, le hicieron la puñeta al Barcelona, precisamente a pocos días del clásico; si creemos en las premoniciones, los barcelonistas tienen motivos para inquietarse. Porque, al margen de este grotesco error y obviando la eficacia de Messi, el Barça tiene poca pólvora arriba. Falta un cañón y da igual que se apellide Lewandowski, Falcao, Cavani o Navarone, pero el paso de los partidos retrata la escandalosa necesidad de un 9 a la vieja usanza.
Mientras que Messi salva los muebles, la falta de un delantero centro en condiciones se puede disimular. El argentino es ese manitas que hace malabares para tapar los boquetes y consigue taparlos a base de goles, maña y talento. El problema es que no siempre estará tan inspirado como anoche, y cuando le falte la inspiración se comenzarán a ver los agujeros, como sucedió ante Osasuna sin ir más lejos. Cierto es que Neymar sigue mostrando una actitud y un esfuerzo verdaderamente encomiables, siempre dispuesto a contribuir al juego colectivo y a buscar el gol a la menor ocasión; que Alexis, Pedro y Fábregas no paran de moverse en las posiciones ofensivas para seguir demostrando que la idea del falso 9 mantiene su vigencia; que Xavi e Iniesta continúan imaginando soluciones eficaces para el ataque; y que Alves y Adriano no dejan de subir la banda para crear superioridad en el campo rival y causar peligro a través de centros, diagonales e incluso disparos lejanos a portería. Todo eso es verdad, pero sabe a poco cuando nos referimos a todo un Fútbol Club Barcelona.
La calidad que atesora el Barça se plasmó en la jugada del empate. Iniesta habilitó a Messi dentro del área que, con un movimiento hacia dentro marca de la casa, que no por repetido deja de sorprender a los zagueros, batió a Amelia con un ajustado chut raso. Pero la falta de una referencia en la delantera se agudizó a partir de aquí, justo cuando tocaba dar un golpe en la mesa y conseguir una victoria en San Siro que habría dado virtualmente el billete a la siguiente fase de la vieja Copa de Europa. Ahí falla este Barcelona que sigue esgrimiendo la posesión como su mejor arma, aunque el fracaso ante el Bayern en las pasadas semifinales pone en evidencia la fragilidad de tanto pase y juego en amplitud. Sí, el asedio sobre la meta de Amelia fue constante, pero no se movió el marcador y el Milan casi los pilla en algún renuncio defensivo a la contra. Eso, ante el Real Madrid, puede ser un pecado irreversible, de ahí la trascendencia de la cita que se vivirá el próximo sábado en el Camp Nou. El futuro de una filosofía futbolística se pondrá en juego en el próximo clásico ante los diablos blancos.