El Barça se encomienda a su santo de cabecera para pasar a semifinales
El gol del canario nace de una gran jugada del argentino nada más entrar al campo
El PSG acapara la posesión y roza la clasificación gracias a un gol de Pastore
La crónica de Alejandro Rozada (@alexrozada)
San Lionel abrió las aguas y San Pedro, más listo que nadie, fue el primero que las cruzó. No podían ser otros los protagonistas de un nuevo milagro blaugrana. No es una parábola. El Barcelona se había encomendado a un milagro para superar un complicadísimo partido ante un gran París Saint Germain, y el milagro se hizo realidad gracias a la misericordia de Messi y el oportunismo de Pedro Rodríguez Ledesma. En un acto de fe, todo el barcelonismo se agarró a la divina providencia para empatar el gol de Pastore que, merecidamente, había adelantado al equipo francés. Pero para ello contó con la aquiescencia y el apoyo del santo de cabecera de los culés. Aun convaleciente de su lesión en el Parque de los Príncipes en la ida, el argentino volvió a asumir la responsabilidad de echarse al equipo a la espalda. Y ayudado por la imprescindible definición de Pedro, obraron el milagro de superar la eliminatoria más difícil. Más incluso que la del Milan, a tenor de los errores mostrados por los blaugrana durante los más de 180 minutos que duraron estos intensos cuartos de final.
Esto es Europa. Esto es la Liga de Campeones. Y, al final, en la vieja Copa de Europa se penalizan los errores. El PSG fue superior en el cómputo parcial de la eliminatoria, pero los dos goles encajados en su feudo y las ocasiones marradas fueron una losa más pesada que la Torre Eiffel. Pocas veces se encontrará este equipo en una situación más favorable para acceder a las semifinales de la Champions League a costa de eliminar a uno de los grandes del continente europeo. No pocos franceses se estarán lamentando a estas horas del penalti provocado por Sirigu en la ida. Ese penalti, que transformó de manera inapelable Xavi, desequilibró la eliminatoria a pesar del posterior cante de Valdés. A pesar de los problemas que arrastra Messi, ir al Camp Nou en la tesitura de ganar, o en su defecto de empatar a más de dos goles, es más complicado que ascender corriendo el Tourmalet. Aún así, el cuadro de Ancelotti ha demostrado ser un muy buen equipo, digno cuartofinalista y no hubiese sido extraño ni inmerecido su pase a semifinales. Pero, valga el tópico, así es este negociado.
Superioridad francesa
Sin tiempo apenas para templar la temperatura del sistema nervioso del partido, Xavi contuvo la respiración de todos con un peligroso disparo que se perdió lamiendo el exterior de la red de la portería del PSG. Pero ese amago que iba directo al mentón de los franceses, no descompuso ni un ápice el valiente planteamiento del equipo de Ancelotti, que se recompuso rápidamente y por medio de Lavezzi comenzó a acechar la meta de Valdés. Primero con una rosca que detuvo el portero y después con una arrancada endiablada que cortó de forma providencial Piqué. Las llegadas del incisivo argentino demostraron a las claras, por si alguien tenía alguna duda, que el PSG no había ido de turismo a Barcelona.
Los franceses no fueron al Camp Nou a verlas venir, a esperar agazapados atrás la oportunidad de hacer daño a la contra. Nada de eso. No fueron ni el Inter de Mourinho, ni el Chelsea de Di Matteo, ni siquiera el inefable Milan de Allegri. No se lo podían permitir porque el empate a cero clasificaba al Barcelona. Así que no les quedo otra opción que hacerse fuertes con el balón para tratar de sorprender y discutir la posesión blaugrana. Y lo consiguieron. Al Barça se le vieron las costuras entre los centrales y laterales, con Lucas Moura erigido en un peligroso puñal por el costado derecho del ataque francés. No obstante, a la contra, Pedro, Iniesta, Fábregas y Villa daban trabajo a la zaga francesa, más que por ocasiones claras de peligro, por los constantes movimientos de los integrantes del mascarón de proa. En efecto, Tito Vilanova no tuvo más remedio que recurrir al manual del contragolpe.
El dominio del PSG pronto se materializó en forma de ocasiones y Valdés comenzó a adquirir protagonismo. Primero por bajo ante Lavezzi, más tarde sacando una mano providencial ante un envenenado remate de Moura que se iba para dentro. El Barça intentaba hacerse con el control del balón para detener así las embestidas francesas, pero les costaba elaborar jugadas de peligro ante un equipo muy bien plantado en el 105 x 68 del coliseo barcelonista. Transmitían tal solvencia y tal comodidad los de Ancelotti que parecían los locales. Se notaba a las claras que habían estudiado y preparado perfectamente la batalla. Pero no consiguieron marcar y se llegó con empate a cero al descanso, la mejor noticia posible para los barcelonistas.
Aparición providencial de Messi
La segunda parte fue un torbellino de emociones, una trepidante montaña rusa a la que no le faltó de nada. Emoción, intensidad, ocasiones, ritmo, buen juego y, por supuesto, goles. Fueron solo dos, pero bien pudieron llegar más. El segundo asalto fue vibrante. Nada más reanudarse el juego, para recompensar los esfuerzos realizados en el primer tiempo, marcó el PSG. Ibrahimovic, que no solo es un gran delantero capaz de marcar goles de todas las formas y colores, sino que es un magnífico asistente, se inventó un pase milimétrico para la galopada de Pastore y el argentino, después de ganarle la carrera a Alves, le cruzó perfectamente el cuero a Valdés. Se encendieron todas las alarmas en el Camp Nou. «Messi, te necesito», espetó Vilanova y el argentino acudió raudo y veloz a la plegaria de su entrenador. Entró por Adriano, lesionado y amonestado con una amarilla que le impedirá jugar la ida de las semifinales, y el Barça respiró.
El barcelonismo se agarró a su jugador franquicia para levantar un partido que se les estaba poniendo muy difícil. El embarullado juego del Barça servía para atacar por oleadas la portería de Sirigu, al tiempo que causaba la zozobra en el Camp Nou. Muchos barcelonistas temblaban al pensar en un contragolpe del PSG que podía reventar definitivamente la eliminatoria. La volvió a tener Pastore, pero su disparo se marchó desviado por poco. Ante semejante amenaza, al Barcelona no le quedó otra opción que irse con todo al ataque. Y al final llegó el premio. Recién entrado al campo y en su primera aparición, Messi arrancó con el balón cosido a su bota derecha, sirvió un balón entre líneas hacia la posición de Villa en el balcón del área francesa, el asturiano la dejó franca para la llegada de Pedro y el de Abades no perdonó. Le pegó con el alma de su bota izquierda y alojó el cuero en el fondo de la meta de Sirigu. El empate volvía a clasificar al Barça para semifinales, aunque un gol de los visitantes volvería a llevar la zozobra. Los de Ancelotti lo intentaron, pero ya acusaron en exceso el desgaste del esfuerzo físico realizado desde los primeros minutos. Y se mantuvo el empate.
El Barcelona se clasifica por sexto año consecutivo para las semifinales de la Liga de Campeones, una plusmarca histórica de un equipo acostumbrado a codearse con la élite de la gran competición de clubes. Semejante logro no debe ocultar, sin embargo, los problemas que muestra este conjunto. Presenta una gran dependencia de Messi, una preocupante tendencia a perder balones y un desconcierto defensivo causado por las continuas lesiones que asolan al Barça en esa franja. Ahí le duele a este equipo, al que siempre le quedará la fe de confiar en los milagros de Iniesta, Pedro y, sobre todo, Messi.
Un Comentario
Pingback: Un paseo por La Romareda | Cronómetro Deportivo