Alberto Arauz (@Arauz84)
Las resacas pueden convertirse en amargas pesadillas. La eliminación en Champions, acostumbra a desembocar en un estado depresivo del cual trata de aprovecharse el invitado de turno. Anoche, el Valladolid pareció querer hurgar en una herida que aún emanaba sangre. Pero Ronaldo, quién si no, se erigió en antídoto en un Bernabéu que sentenció a Mourinho.
Poco tardaron los pucelanos en dar el primer zarpazo. Un Carvalho que no se vestía de corto desde el pleistoceno superior, puso en bandeja a Óscar el primero de la tarde. Pero Di María, ayudado por Marc Valiente, se apresuró a demostrar que el enfermo estaba herido pero no muerto. Poco después, el Fideo volvía a hacer diabluras por el carril derecho y enviaba un centro para que Cristiano, que convierte la suerte del salto y el cabezazo en un regalo de inmensa belleza estética, anotara el segundo tanto. Los blanquivioletas, necesitados aún de rascar algo para firmar su salvación, se revolvieron cual felino y sellaron el empate. Un centro desde un costado fue pertinentemente aprovechado por un ferviente depredador como lo es Javi Guerra.
Sin embargo, la reanudación comenzó con un Madrid decidido a merendarse la victoria. Kakà, cuyo olfato goleador resulta inversamente proporcional a su implicación en el juego, anotaba el tercero de zurdazo inapelable. Sólo faltaba Ronaldo para, con otro soberbio y estilizado testarazo, estableciera el cuarto para agrandar aún más unas cifras que dan miedo. Sastre hizo el tercer gol visitante en lo que fue el preludio de las palabras de Pepe. El portugués, cuyo corazón bombea sangre madridista a diferencia de Mou, le recordó al míster que los símbolos no se tocan, o al menos, no se maltratan.