Llega el momento de ponerse a escribir y uno no sabe ni por dónde empezar. Empecemos por lo objetivo, por la noticia. Domingo 30 de septiembre de 2018. Innsbruck, Austria. Campeonato del Mundo de ciclismo en ruta. Prueba masculina de élite en línea. Alejandro Valverde, el Bala, el Imbatido, vence al esprint ante Romain Bardet, Michael Woods y Tom Dumoulin tras una durísima carrera y se proclama Campeón del Mundo a sus 38 años.
A partir de ahí todo son emociones a flor de piel. Buenas sensaciones las que dejaba la Selección a lo largo de las más de seis horas de carrera, lo que invitaba a soñar con el arcoíris. Soñar como llevábamos haciendo desde que se presentó el circuito del Mundial, especialmente duro, en el que los esprinters poco tenían que hacer y que parecía venir como anillo al dedo a Valverde.
Y tanto que le iba bien. Al murciano se le notaban frescura y buenas piernas. El equipo entero corrió para él y eso se notó positivamente. Un gran trabajo el realizado por corredores como Jonathan Castroviejo, Omar Fraile o Jesús Herrada, que tiraron del pelotón para recortar tiempo a la fuga. Esta no fue neutralizada hasta la última vuelta al circuito de Innsbruck, de 31 km.

En la última subida a Igls el grupo comenzó a coger ritmo y empezaron los ataques. Las selecciones italiana y francesa, con muchos hombres fuertes, eran los grandes rivales a batir. Sin embargo, las fuerzas empezaban a flaquear en muchos de los favoritos a levantar los brazos y coronaron en solitario Valverde, Bardet (francés) y Woods (canadiense), seguidos por un Dumoulin (de la todopoderosa Selección Holandesa) que los cazó cerca de meta y un Alaphilippe que no fue capaz de aguantar el ritmo.
Entre suspiros y sudores de los aficionados desde sus casas, el cuarteto llegó a la recta de meta y fue el propio Bala el que lanzó el esprint. Con garra, con una fuerza descomunal, se impuso a sus rivales con esa punta de velocidad que tantas alegrías nos ha dado.

Y entonces se desató la euforia. Las emociones son tantas que plasmarlas en el teclado ponen a un servidor la piel de gallina. Valverde gritaba, se abrazaba a su gente y lloraba de alegría pero desconsoladamente mientras toda España y la mayor parte de los aficionados al ciclismo saltábamos de alegría por él. Porque se hace querer y porque es auténtico. Porque da hasta el último gramo de fuerza que le quede en cada carrera en la que participa.
Porque corrió La Vuelta a España al máximo, peleando por la victoria final hasta el último día, hace tan solo dos semanas. Porque tiene la misma ambición de un chaval recién llegado a profesionales y la veteranía de saber que todo llega y que él está aquí para disfrutar. Porque ya tenía seis medallas en Campeonatos del Mundo (la primera de ellas hace quince años en Hamilton), dos platas y cuatro bronces. Y el oro ya tocaba.

Porque hace un año -¡un año!- andaba con muletas recuperándose de la fatídica caída que tuvo en el prólogo del Tour de Francia 2017, cuando se fracturó la rótula izquierda y tuvo que decir adiós a lo que quedaba de temporada. Muchos lo dieron entonces por acabado.
Pero lo mejor estaba por llegar. Lo mejor siempre está por llegar. El Imbatido, el de las cinco Flechas y las cuatro Liejas, el vencedor de La Vuelta 2009, el que ya hacía podios y ganaba etapas en grandes vueltas en 2003, el doble campeón de España y de la Clásica de San Sebastián, el que volvió mejor que nunca después de una sanción por supuesto dopaje y el que ha vuelto mejor que nunca y mejor que nadie tras tocar los abismos de la lesión ha alcanzado a los 38 la cima de su carrera como deportista.
El Benjamin Button del ciclismo se llama Alejandro Valverde. Cada año mejor que el anterior. Y si lloró cuando hizo pódium en el Tour de 2015, imagínense cuánto habrá llorado hoy, con el maillot arcoíris sobre su piel, la medalla de oro impuesta por su predecesor Peter Sagan y el premio a toda una carrera de éxitos, superación y espíritu deportivo. No hay un ciclista que se lo merezca más.
Cuánto habrás llorado, Alejandro, y cuánto nos has hecho llorar. Algunos dicen que es muy fácil ser de Valverde, porque lo gana todo y con él nunca se sufre. Pero es que es verdaderamente difícil no ser del Bala. Por sus valores, porque es el ciclista de todos y en el que todos queremos reflejarnos. Nuestro campeón. Larga vida al rey y «¡Vamos, Campeón del Mundo!».