Un gol de Diogo al final del partido dejó al Sevilla a las puertas de una gesta, que realmente nunca estuvo cerca de conseguir.
No pudo ser, porque el Espanyol se lo propuso. Es difícil hacer un partido tan serio en un Ramón Sánchez Pizjuán totalmente lleno, sino que se lo pregunten a los rivales de Europa League que tuvieron la mala fortuna de visitar el feudo sevillista en la pasada campaña. Es más que evidente que este Espanyol es otro, es un bloque sólido con un peligro asombroso arriba. Hoy ganaron los barceloneses, ganó Sergio y ganó el orden. La eliminatoria se la llevaron en la ida. Hoy venían con la idea de aguantar y lo hicieron a la perfección. El gol de Diogo fue un espejismo en la impotencia del Sevilla, un Sevilla que nunca estuvo cerca de pasar y que tampoco lo mereció.
La LFP, ese estamento que dirige nuestro fútbol, permite lanzar botas a los jueces de un partido, y no meter un tifo a un estadio para dar colorido al mismo, pero el problema llega cuando los clubes se bajan los pantalones ante tal despropósito. El primer gol lo metió la grada, pero el segundo lo echó fuera la directiva sevillista incomprensiblemente. Los que fueron y llenaron el Pizjuán cumplieron con creces con su cometido. El partido fue un quiero y no puedo. ¿Quién no puede querer en semejante ambiente?, pero se plantó un muro y los de blanco no fueron capaz de derribarlo. El Sevilla apenas vio puerta en los 90 minutos, y eso, en un partido donde te estás jugando la vida o la muerte, es sinónimo de la nada. Emery planteó un partido con dos teóricos delanteros y dos pivotes defensivos. No jugó mal el Sevilla, pero tampoco bien. Puso corazón y ganas en todo momento pero tropezó una y otra vez con las ideas claras de los pericos. Los blanquiazules defendieron a la perfección. Se metieron atrás y pararon al Sevilla sin apenas hacer faltas. Las contras eran de Lucas Vázquez y de la habilidad de Sergio García para aguantar la pelota y dar salida a los suyos. El partido perfecto, a pesar de encajar un gol, porque el gol, golazo más bien, ha llegado casi de casualidad. Los sevillistas se marchaban del campo cuando Diogo Figueiras le pegaba con mucha calidad a la pelota para ponerla en el lugar imposible para Pau Ribas. Faltaban cinco minutos de los que se jugó uno. Demasiado tarde para una remontada que no hubiese sido justa con el trabajo de los pericos.
La entrada de Banega aportó más balón y mas empuje al Sevilla, pero los cambios de Emery realmente no resultaron decisivos en ningún momento. No hubo manera y no hubo mucha más historia en el partido. Un tiro al palo visitante al principio, un par de ocasiones y paren de contar. Fue más el revuelo previo que el partido en sí, y lo que parecía que se iba a resolver en Sevilla, resultó resuelto en Barcelona. El domingo se volverán a ver la caras en el campeonato nacional de liga, pero seguro que se verá un partido muy diferente.