Brasil endosa un severo correctivo a España en la final de la Copa Confederaciones
Dos goles de Fred y un golazo de Neymar entierran el sueño español
El repaso brasileño llega a un año vista del Mundial en ese país
La crónica de Alejandro Rozada (@alexrozada)
A favor de corriente siempre se rema mejor. Conviene huir de los análisis catastrofistas porque esto no es, ni de lejos, el canto del cisne de una impresionante generación de futbolistas españoles. Aún así, hay que tentarse la roja y hacer autocrítica. Porque si de verdad queremos a nuestra selección, no conviene pasar por alto el revolcón que ayer nos dio Brasil en Maracaná. Fue un baño en toda regla que sufrieron con impotencia los nuestros. Algunos jugadores deberían barruntar nuevas ideas futbolísticas para seguir aumentando su talentoso repertorio y mantener alto el pabellón, otros bien harían si hablasen con el míster y reconocieran que su nivel no es digno de la vigente campeona de Europa y del mundo. Señalar con el dedo es de mala educación, pero también lo es esconderse cuando toca dar un paso al costado o dar la cara. El seleccionador ya la dio al final del partido para reconocer que «de vez en cuando es conveniente perder». Pues eso. Algún día nos iba a tocar, pero este correctivo debería servirnos de lección.
Porque anoche los brasileños nos dieron en su casa una lección de competitividad. Se pusieron el uniforme de pentacampeones del mundo que tanto impone y el brillo de la verdeamarelha deslumbró a los nuestros. Fueron superados desde el primer minuto, cuando Fred hizo diana en la portería de Casillas en otro lío defensivo protagonizado por Piqué y Arbeloa, condenados a entenderse en la selección pero aún así incapaces de sincronizar esfuerzos en los marcajes. Pillo y habilidoso como él solo, Neymar se aprovechó de semejante sindiós fijando al defensa del Real Madrid y habilitando a Fred, más listo que el central catalán, para fusilar al anochecer en Río de Janeiro al bueno de Casillas, involuntario e incrédulo espectador del caos formado por sus colegas. Largo se lo fiaron a partir de aquí a La Roja, que se vio en la tesitura de levantar un marcador adverso en territorio enemigo. Los partidos entre Brasil y España van camino de convertirse en un clásico de selecciones por la enorme rivalidad que comienza a florecer entre estos dos colosos del fútbol.
Entre la presión y las patadas de los brasileños, la permisividad arbitral, el calor, la humedad y el ambiente a la turca formado por la torcida brasileira en las gradas, la remontada se convirtió en un Everest de ascensión imposible. Solo Pedro se atrevió a abordar la cima, instaló con atrevimiento el campamento base en el área brasileña, se consiguió plantar ante Julio César, lo superó con un disparo cruzado y cuando se mascaba el empate, el Cristo del Corcovado envió a David Luiz hasta esa portería para que evitara el gol con una estirada espeluznante en la mismísima línea. El gol que tantas veces había conseguido Pedro, esta vez veía cómo se le escapaba entre los dedos de una forma espectacularmente inmisericorde. No iba a acabar aquí el ensañamiento de la diosa fortuna con España. Sin tiempo ni para replegarse, Neymar se convirtió en un gigante imparable en los aledaños de la portería de Casillas. Le tenía tomada la medida a Arbeloa desde los primeros compases del encuentro y a un suspiro del descanso le hizo un traje. Controló el balón, se lo escondió al defensa salmantino y se hizo fuerte para armar un imparable zurdazo que se coló junto al primer palo de un impotente Casillas. La gran estrella brasileña eligió para reivindicarse el peor momento para los intereses españoles, justo al filo del intermedio. Por si alguien dudaba de él, Neymar ha salido muy favorecido en el escaparate de esta Copa Confederaciones.
El escenario de la remontada ya era prácticamente una utopía con dos goles de desventaja al descanso, pero ya se convirtió en una misión científicamente imposible cuando Fred cerró su doblete firmando el tercer gol brasileño. Un remate cruzado e inalcanzable que machacó las aspiraciones españoles de arreglar el asunto en la reanudación. Los hados le dieron la espalda a nuestra selección en el peor momento, unos días después de que nos iluminaran en la tanda de penaltis contra Italia. No conviene abusar de su confianza. Son gente ocupada que reciben cientos de plegarias cada día y más en una jornada como la de ayer, tan especial para el pueblo brasileño. Entre las manifestaciones por las calles de las ciudades brasileñas y las emociones a flor de piel que despierta entre los cariocas esta Confederaciones, situada estratégicamente antes del Mundial y los Juegos Olímpicos, Brasil tuvo muy atareados a los duendes.
Del Bosque intentó espantar el fatalismo que recayó sobre nuestros compatriotas y recurrió a ese truco que siempre esconde en la manga y que tan buenos resultados le reporta a España: los cambios. Sustituyó a un desbordadísimo Arbeloa por Azpilicueta en el descanso y el equipo dejó de cojear por la banda derecha. También metió a Navas por Mata y a Villa por Torres, cambios lógicos para intentar refrescar al equipo y tratar de recortar distancias en el marcador. No hubo manera. A estas alturas del siglo XXI, el catenaccio tiene patente brasileña y a esa defensa formada por Alves, Thiago Silva, David Luiz y Marcelo es difícil meterle mano. Aun así, concedieron una pena máxima cometida por Marcelo sobre un Navas que volvió a dar la cara. A Ramos se le atragantó esta vez el punto de penalti y mandó fuera el lanzamiento. Si tenía pocos despropósitos el camino de España por esta final, solo faltaba fallar un penalti. Lo erró Ramos y ahí murieron nuestras aspiraciones, aunque Villa mandó un disparo hacia la escuadra brasileña que despejó Julio César en una prodigiosa intervención. El festival de malas noticias se culminó con la expulsión de Piqué por un entradón durísimo sobre Neymar. Y eso que en pocas fechas compartirán vestuario en el Barcelona. Al final casi terminamos pidiendo la hora. Virgencita, virgencita…
Y Brasil se proclamó brillante campeona de la Copa Confederaciones. Se desató la euforia en las gradas de Río de Janeiro, donde ya estaban las emociones a flor de piel desde mucho antes de que Kuipers diera el pitido inicial de la final. Los gritos, los cánticos y la samba no faltaron en el renovado estadio de Maracaná. Por algo eran los anfitriones y el desarrollo de la final ha puesto de manifiesto que también fueron los amos y señores de este campeonato. España, por su parte, deberá curarse en salud, aprender de esta amarga lección y los jugadores no tendrán más remedio que ponerse las pilas si no quieren ser los protagonistas del ocaso de la generación más brillante en la historia de nuestro fútbol. Porque algún día había que perder, cierto, pero hay formas y formas.
Así narramos el primer gol de Fred
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Así narramos la clara ocasión de Pedro
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Así narramos el golazo de Neymar
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Así narramos el tercer gol de Brasil
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