El francés del Deceuninck – Quick-Step se ha impuesto en la tercera etapa del Tour de Francia con la ventaja suficiente para vestirse con el maillot amarillo
«Aquellos que bailan son considerados locos por quienes no pueden escuchar la música» dijo el crítico comediante estadounidense George Carlin. Y eso es lo que puede pasar con Julian Alaphilippe. Hay una música que solo él parece escuchar. La melodía del éxito. Cada pedalada va al ritmo de la victoria. Del saberse ganador. Algunos podrían tacharlo de loco.
Derrocha confianza en cada ataque que hace. Como el de este lunes en el Tour. El francés saltó del pelotón justo cuando este daba caza al fugado Tim Wellens (Lotto-Soudal), al coronar la Côte de Mutigny (3ª categoría). Comenzó entonces la cabalgada en solitario de Alaphilippe durante 16 km hasta la línea de meta de la tercera etapa en Épernay. Por detrás no fueron capaces de empujar con la suficiente fuerza como para alcanzarlo.
Parecía que volaba. Un vuelo hiperbolizado. Exagerar cada gesto, cada movimiento, forma parte de su coreografía más característica. Como si de Thomas Voeckler se tratara, la expresión de esfuerzo, la lengua fuera y el balanceo sobre la bicicleta no son sino otra forma de hacer notar su demoledora seguridad.

Etapa y liderato
Por si fuera poco, llegó a meta con una renta que le permitía enfundarse el preciado maillot amarillo con 20″ de margen. Cinco años y 99 etapas (desde Gallopin en 2014) llevaba Francia sin ver a uno de los suyos liderar la Grande Boucle. Alaphilippe ya sabía lo que era vestir -y ganar- el maillot de lunares que identifica al rey de la montaña, por el cual seguro volverá a trabajar este año. Sin embargo, la posibilidad de llevar alguna etapa el mayor emblema del Tour, que en esta edición cumple cien años, le ilusionaba especialmente.
El baile de la estrella del Deceuninck – Quick-Step no tiene fin. Exhibe sus coreografías sobre la bicicleta en cada carrera en la que participa, sin excepción. El bailarín más de moda y exitoso del pelotón, con permiso de los corredores provenientes del ciclocross, lleva quince meses llevándose al menos una victoria parcial en cada vuelta por etapas que corre (entre ellas, Dauphiné, Tirreno-Adriático e Itzulia). Todo ello unido a triunfos clasicómanos tan importantes como San Sebastián, Strade Bianche, Milán-San Remo o dos Flechas.
El carisma de Loulou, como se le conoce dentro de su equipo, un Deceuninck que lo ha apostado todo por él, traspasa las fronteras de la carretera. Sonríe a las cámaras, alienta a sus compañeros e incluso se ha pegado más de un bailecito -ya fuera de la metáfora- en el coche del equipo.
La afición cae rendida ante este joven -tiene 27 años– que promete muchas e importantes alegrías. Y no nos cabe ninguna duda de que la próxima está al caer. El Tour de Francia será de nuevo pista de baile para que este loco francés brille ante los focos que todo el mundo del ciclismo tiene puestos sobre él.