Un Valladolid muy ordenado, animado y correoso supera a un Barcelona crucificado por el tempranero gol de Rossi. Los de Martino se quedan descolgados de la lucha por la Liga.
Alejandro Rozada (@alexrozada)
«Yo no soy ya lo que fui: y viendo cuán poco soy, dejo a los que más son hoy pasar delante de mí». Esta frase, extraída de la numerosa producción literaria del vallisoletano José Zorrilla, define bien el sentimiento de los barcelonistas tras su paso por Valladolid. El Fútbol Club Barcelona firmó en Zorrilla un partido dramático para dejarse gran parte de sus opciones de luchar por el título de Liga. Si antes no dependía de sí mismo para aspirar al campeonato, después de lo ocurrido este sábado todavía menos. El Valladolid fue superior anímica y futbolísticamente gracias al gran planteamiento de Juan Ignacio Martínez y a la entrega constante de sus jugadores. La férrea defensa formada por Rukavina, Mitrovic, Rueda y Peña, más el irreductible esfuerzo ofensivo de Berdych, el goleador Rossi, Manucho y Javi Guerra dieron fuste a un equipo necesitadísimo. Andaban los pucelanos caninos de alegrías, después de cinco semanas sin saborear una victoria, hasta que llegó ese Don Juan venido a menos llamado Barça para regalarles tres puntos que les dan mucha vida para salir de la quema del descenso.
Cuando las estadísticas, siempre fiables y contundentes, se confabulan en contra de un equipo, mal asunto. Le ocurre a este Barça. Sirvan dos datos para ilustrar la depresión blaugrana: no perdía dos visitas consecutivas (Anoeta y Zorrilla) desde la Liga 2007-08, la del pasillo en el Santiago Bernabéu, y cayó contra el Valladolid por primera vez desde la temporada 2002-03 (2-1). Guarda muchas similitudes este Barcelona con el de aquel curso. Un presidente interino en el palco (entonces Reyna, ahora Bartomeu), un entrenador cuestionado en el banquillo (antes Van Gaal, ahora Martino) y una plantilla demasiado irregular e incapaz de escaparse de la inestabilidad que preside el club. Da pena ver el inútil esfuerzo de algunas estrellas. El ejemplo más significativo es el de Messi, que últimamente ya no conduce el balón, arrastra la bola de los presos. La presión del entorno atenaza y bloquea las piernas de los futbolistas, convertidos en un conjunto de robots incapaces de remar con el viento en su contra. Tal es su impotencia que un tempranero gol de Rossi a los 16 minutos se convierte en un obstáculo insuperable.
Un gol decisivo de Rossi
Muy pronto se comprobó que la soleada tarde pucelana iba a iluminar más a los locales que a los visitantes. Era la primavera del Real Valladolid, que desde que arrancó la cita se encontró con un Barcelona otoñal: seco, triste y frío. Tan inestable que sus posesiones apenas duraban un suspiro y, como mucho, terminaban en inofensivos centros laterales y flojos disparos sobre la portería de un Diego Mariño que, curiosamente, no tuvo necesidad de irse al suelo en toda la primera parte porque todos los lanzamientos a su portería iban mansos y centrados, muy cómodos para despejarlos y atajarlos en dos veces. La sensación de impotencia y dependencia del rival era tal que el Valladolid, un equipo necesitadísimo al estar perseguido por los siete males del descenso, se terminó sintiendo cómodo en este escenario y se fue yendo arriba. Manucho se convirtió en un hombre-escoba en el ataque para barrerle toda esa franja a su compañero Javi Guerra y, fruto del incansable trabajo de ambos, Rossi terminó haciendo diana.
En una tierra tan cultivada como Valladolid, la cuna del español, la segunda parte fue una incompleta declaración de amor por parte del Barcelona. Como si de un poema dramático de José Zorrilla se tratara, el Barça empezó con ímpetu y Messi tuvo el empate en sus botas, pero en su camino se cruzó Mariño, perfectamente colocado junto a su palo para despejar con su rodilla izquierda. Fue ésta la única vez en que el guardameta vigués se fue al suelo en todo el partido. La seguridad y el acierto del portero se trasladó a la defensa para mantener controladas todas las acometidas del conjunto blaugrana. Hasta tal punto que el ordenado y consistente entramado defensivo organizado por Juan Ignacio Martínez solo se vio superado por una carga de profundidad que Neymar terminó mandando a las nubes. Y ya está. Aquí se terminaron las ocasiones de peligro del Barça porque lo demás fueron interminables posesiones en tierra de nadie, continuas pérdidas de balón e impotentes movimientos por el campo. Deambulaba el equipo catalán por el césped de Zorrilla como un zombie meditabundo para delirio de toda la afición pucelana, entregada en cuerpo y alma al derroche de sus jugadores; tan solo les faltó que Óscar anduviera más inspirado en boca de gol para culminar una endiablada galopada de Valdét Rama. La ventaja se quedó en ventaja mínima para un Valladolid que les sabe a gloria bendita en la lucha por salir del descenso. Una inesperada inyección de moral para los pucelanos, que deja al Barcelona muy tocado y con media Liga perdida.