Fueran 3.000, 5.000 u 8.000 personas las que se manifestaron este domingo en Gijón, poco importa. Fueron los que fueron y lo importante es eso, que fueron capaces de salir a la calle y manifestarse al raso, pasando mucho frío, para pedir la salvación de su equipo. Apartémonos del ruido y de las distorsiones para intentar precisar la importancia de la movilización de este domingo. Porque no fue la primera y, desgraciadamente, al paso de pulga que va el consejo de administración de esta centenaria entidad, tampoco será la última. Se trata de salvar al Real Sporting de Gijón, ni más ni menos. El asunto no es baladí.
El paso inexorable del tiempo sigue jugando en contra de esta institución, pero sobre todo de los dirigentes que la okupan. El calendario no hace buenas migas con ellos. Para empezar, la familia Fernández tiene de plazo hasta el día 28 de este mes para responder a la oferta presentada por Tu Fe Nunca Decaiga y entregue todas sus acciones para dar paso a un ente asociativo; de no cumplirlo, acudirán a los tribunales. Y esto no es todo. Porque el 31 de julio es la fecha límite que ha establecido Hacienda para percibir los 14 millones de euros que se le adeudan. Hasta el Principado, según golaverage.com, reclama lo suyo: 200.000 euros pendientes del concurso de acreedores de 2006. Por no hablar de los impagos pendientes a jugadores, técnicos, proveedores y empleados varios. Frentes y más frentes que desbordan, atenazan e invalidan un modelo de gestión, si es que lo hubiere. Y el comprador sigue sin llegar.
A la espera de que los veteranos den un paso al frente y decidan pedir la salida de los propietarios del Sporting, la afición ha tomado la iniciativa para decir «basta ya». El sportinguismo ha tragado demasiado. Se ha cansado de ver penurias, soportar malas gestos, comportamientos prepotentes y cantos de sirena mediáticos. Ya ni siquiera sirve la propaganda institucional que han practicado durante todo este tiempo los palmeros de cabecera en los medios afines. Los sportinguistas ven, oyen, toman nota y, como tienen voz y voto, dictan sentencia: culpables. Que se vayan. Les dicen que se vayan de una santa vez y que no armen mucho ruido al salir. Ya bastante ruidosa resulta la justa demanda del accionariado popular, una reivindicación firme, coherente y meditada a imagen y semejanza de lo que ha ocurrido a pocos kilómetros de distancia. Y no nos referimos a la capital del Principado, que también, sino a la capital cántabra, donde pueden presumir de haber conseguido que el viejo Racing volviera a ser de sus aficionados. No es tan difícil.
¿Vivimos el principio del fin de un histórico del fútbol español o el comienzo de un tiempo esperanzador? Si nos basamos en el superlativo rendimiento ofrecido por los guajes de Abelardo en los terrenos de juego, donde marchan colíderes empatados a puntos con Las Palmas y Girona, apostaremos por la esperanza y por el inicio de un tiempo apasionante. Si nos fijamos en la lamentable gestión directiva, podemos echarnos a temblar. Lo que ya se ha conseguido es que los aficionados, que siempre serán los dignos propietarios del sentimiento sportinguista, se planten. Bajo el lema «Salvemos al Sporting», han tomado las calles y las redes sociales para exigir un cambio total en la institución. La manifestación de este domingo partió desde la Plaza Mayor y desembocó en El Molinón, recorriendo el paseo del Muro y otras calles próximas al estadio. Siempre en clave pacífica e incluso moderando el lenguaje, porque si algo ha demostrado Tu Fe Nunca Decaiga es que se puede practicar la más enérgica oposición sin falta de caer en el insulto. Cuando se trata de protestar, tan importante es el fondo como las formas.
Los gritos y las protestas continuaron ya de puertas para adentro en El Molinón, incluyendo la absurda retirada de pancartas sin ninguna carga violenta a la entrada y en las gradas del estadio. Es el bumerán del miedo, que cuando no lo pueden lanzar ellos se les vuelve en contra. Eso termina repercutiendo en que un incómodo run-run presida un partido en el que al Sporting le tocó remar a contracorriente y remontar el gol marcado por el Albacete nada más arrancar el segundo tiempo, pero Abelardo frotó la lámpara mágica de los cambios, Carlos Castro revolucionó el gallinero, empató y Jony, irreductible en su esfuerzo pese a que le escamoteen penaltis flagrantes, consumaron la tercera victoria consecutiva y auparon al Sporting a lo más alto del escalafón. La remontada deja una foto escalofriante: los futbolistas haciendo piña en el terreno de juego, la afición entregada y el palco, vacío. Este es el retrato del Sporting actual. La viva imagen de la anarquía.
Igual que no acertaron destituyendo a Manolo Preciado aquel infausto 31 de enero de 2012, no acertó Javier Fernández hace dos años cuando se puso al frente de la nave, siendo incapaz en todo este tiempo de cesar en sus funciones a Alfredo García Amado. Pero es que los Fernández siempre han concebido a Amado como su tío Gilito, el guardián de les perres. Su gestión ha dejado un legado aplastante: cuarenta millones de euros de deuda. Y, oh misterios de las finanzas sportinguistas, las ventas de jugadores, que supuestamente debían financiar el pufo, se sucedieron en cascada y la deudona ahí seguía. Impertérrita, imperturbable, irreductible. Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. De postre, el gestor sagaz se presenta como el verdadero dueño en la sombra. Qué atrevida es la osadía. Y cuando el tirano ha detectado signos de debilidad, ni corto ni perezoso entraba por teléfono en el programa «Estudio Estadio» de TVE para arrojar la sombra de la sospecha sobre todo el sportinguismo. Con un par. Eso sí, cuando fue él quien faltó al respeto a los aficionados no llamó nadie de «Estudio Estadio». Tampoco cuando daba clases magistrales sobre cómo comprar partidos. El victimismo es un arma de doble filo.
El Ayuntamiento de Gijón ya no está a pesar de que se le espera, elecciones obligan. Se lava las manos como se las lavó Poncio Pilatos. El Principado sí que está, pero para reivindicar lo suyo: o sea, su dinero. Ni los políticos apoyan a esta directiva, a pesar de que fue el propio Consistorio gijonés el que compró las marcas y la Escuela de Fútbol de Mareo cuando el ínclito Juan Arango subastó el futuro del Sporting al grito de «véndovos Mareo» allá por 2001. Pues se lo vendió por una cantidad astronómica (más de 1.500 millones de las antiguas pesetas) a la Casa de todos los gijoneses, que adquirió una propiedad que para nada ha aclarado el futuro económico de la sociedad.
¿Qué pensaría Anselmo López si levantara la cabeza y viera la casa de locos en la que se ha convertido la invención que se sacó de la nada en 1905? Su dedicación y pasión no pueden ser emborronadas por las penalidades de una directiva que, entre otras calamidades, puede presumir de haber vendido patrimonio sportinguista, de haber comandado el vergonzoso descenso de la temporada 1997-98, la fatigosa travesía de una década por el desierto de Segunda División o el penoso despido de Manuel Preciado Rebolledo, ese eterno entrenador que devolvió la alegría a una ciudad sumida en la resignación y la frustración hasta que él llegó a Gijón en aquel verano de 2006.
Cada vez se escucha menos el célebre «Pepín puso les perres» porque incluso a los más viejos del Gijón futbolístico se les cae el alma al suelo contemplando la deplorable gestión de Pepín y compañía. Cuesta mucho asumir que el dinero de los abonos no sirve para sacar adelante el día a día del club y la sombra de la disolución ya pende como una espada de Damocles sobre una entidad condenada a la ruina por un consejo que se vino a lucrar a costa de la generosidad de los fieles sportinguistas. Siempre les quedarán Pepín Braña y sus amigos para vender sus bondades, demostrando que aunque no seas un buen señor puedes tener buenos lacayos.
Algunos critican las manifestaciones por el fútbol porque consideran que en estos tiempos urge más manifestarse para reivindicar derechos sociales, cambios políticos o el fin de la austeridad. Habría que recordarles que los legítimos propietarios de los equipos son sus aficionados y si ellos no son capaces de unirse para echar a la casta que les arruina, ¿cómo vamos a ser capaces de cambiar las grandes instituciones?
Vendan o no vendan el Sporting, no pueden mantenerse impunemente en el palco esos que han especulado con el dinero de sus abonos y han arruinado a una entidad con 110 años de historia. Imperdonable. No puede haber paz para los malditos que especulan con el futuro de los demás. Ya lo dijo el inolvidable Preciado: «El Sporting tiene que ser de los sportinguistas».