Alejandro Rozada (@alexrozada)
Ocurre después de cada empate, pero en esta ocasión con más razón. Tras el trepidante partido de El Arcángel, el sportinguismo puede ver medio lleno o medio vacío el vaso. Porque se sumó un épico empate que permitió salvar un punto, pero a la épica, igual que a lo loco, se vive peor en esto del fútbol. Cierto que el juego del equipo sigue siendo rumboso y atractivo. Cierto que no hubiese sido justo que la tropa se hubiese ido de vacío de tierras andaluzas para afrontar el fatigoso viaje de vuelta. Cierto también que puntuar en una plaza de primera como la de Córdoba es una hombrada de consideración porque su afición es de las que se desgañita por sus colores, y más con los precios populares que dispuso el club cordobés, hasta llevar a sus futbolistas en volandas. Todo eso son verdades incuestionables, pero también es innegable que los empates, como la felicidad en la casa del pobre, son una alegría efímera. El caso es que el Sporting suma su quinta jornada seguida sin conocer la victoria y, punto a punto, se sigue alejando del ascenso. Sumó uno, pero el partido deja la sensación de que se han perdido dos.
No hace falta echar las cuentas de la vieja para concluir que al Sporting le han dejado de acompañar los resultados. El brote verde del juego sigue floreciendo, pero no germinan los frutos deseados en forma de puntos. Este equipo es un manojo de combinaciones y variantes que no exhibe la solidez necesaria para convertirse en un aspirante serio al ascenso, más bien es un matorral que se seca o inunda en función del rival. Eso es peligroso en una categoría tan voluble como la Liga Adelante, donde cada jornada te expones a las más variopintas inclemencias y a los enemigos más volátiles: la suerte, el tiempo o el árbitro, como en El Arcángel, donde Valdés Aller quiso asumir su cuota de protagonismo para justificar las cuitas que recibió por arbitrar el partido del mediodía dominical. Les regaló un penalti absurdo a los cordobeses al señalar un inexistente derribo de Scepovic al despejar un balón. Asumiendo la falta de criterio del colegiado y el daño causado, que no fue poco, al Sporting se le escurrió otra nueva oportunidad de dar un paso al frente. La ansiada primera victoria a domicilio sigue sin llegar. Aún hay tiempo y con un juego patroneado por Nacho Cases es un objetivo muy factible, pero las prisas comienzan a atenazar al conjunto rojiblanco que ya hace la goma en la zona media de la clasificación, a dos puntos de la promoción de ascenso y solo cuatro por encima de la quema.
El tiempo pasa, los aspirantes al ascenso siguen sumando y el Sporting continúa estancado en un lodazal que embarga la mente y las piernas de los artistas, fiados en exceso a la suerte y la inspiración puntual para sacar adelante las tareas. Sirva como ejemplo el tanto de Carmona ante el Córdoba, un ilustrativo ejemplo de que este equipo se encuentra con el gol cuando menos lo parece. O la decisiva aparición de Lekic, que salió y besó el santo. El equipo de Sandoval es tan imprevisible que se maneja con singular destreza a contracorriente, de grandes pifias con todo a favor a hombradas imprevisibles en las circunstancias menos sospechadas. Quizá se refería a esta peculiar anarquía el técnico de Humanes cuando habló de que su equipo iba a ser de puerta grande o enfermería. Está en su derecho el míster de elegir la filosofía a seguir, pero corre el riesgo de llevarse sonadas cornadas por arrimarse tanto a la diosa fortuna. A ello contribuye él mismo con decisiones tan discutibles como sustituir a Scepovic con el marcador en contra y a menos de diez minutos del final. Si Stefan es la referencia ofensiva no hay que reemplazarle, y menos cuando su olfato goleador es más necesario que nunca para equilibrar la balanza. Aunque la faena de Córdoba no revisitó daños de gravedad, y eso que tenía mala pinta, tanto revolcón dificulta la opción de que el entrenador y sus futbolistas terminen saliendo por la puerta grande allá por el mes de junio.
Falta definición en el ataque
Desde el arranque se comprobó que éste iba a ser un partido intenso entre dos aspirantes al ascenso, no había más que echar un vistazo a las gradas y escuchar los cánticos de la afición cordobesa. Con más de 14.000 espectadores en El Arcángel, cien de ellos rojiblancos, una soleada matinal dominical y una agradable temperatura, el buen fútbol parecía asegurado. Y lo hubo, vaya que si lo hubo. El intercambio de disparos y ocasiones resultaba atractivo y emocionante, con Isma López muy activo en los ataques del Sporting y suyas fueron las dos primeras ocasiones. La igualdad se mantuvo hasta que la balanza se desequilibró a los veinte minutos. Valdés Aller se tragó el piscinazo de Samuel y desniveló el partido. Carlos Caballero, haciendo honor a su apellido, no desperdició la concesión arbitral y transformó el penalti. Este gol dejó muy tocados a los sportinguistas, los blanquiverdes se divertían y Pedro casi sentencia tras una jugada que culminó con un disparo que se marchó alto.
Pero al Sporting no le quedó más remedio que dar un paso al frente y volcarse en el ataque. Pudo marcar Scepovic de cabeza, pero Saizar voló para despejar un remate que buscaba la escuadra. Lo intentó Carmona, pero también se topó con el portero del Córdoba. La ocasión más clara la tuvo Isma López que perdonó lo imperdonable, sobre la misma línea de gol, estrellando el balón en el larguero. Si los rojiblancos no se fueron al descanso con empate o incluso ganando, fue a partes iguales por la inspiración del guardameta y por sus fallos en los últimos metros. Y la misma tónica se mantuvo en la reanudación. Avisó Carmona con un tiro cruzado que se marchó por poco a la derecha de la portería del Córdoba. Nacho Cases, asistente en la jugada anterior, vio bien la opción de tiro desde la frontal y se sacó de la manga un disparo que Saizar desvió a córner con ostensibles apuros. Fue en la jugada más imprevisible, sacando provecho de un barullo, cuando se encontró Carmona con el gol del empate gracias a un balón muerto en el área pequeña. Un golpe de suerte en el mejor momento.
El empate a uno parecía un justo resultado vistos los méritos contraídos por uno y otro equipo, pero el Córdoba estaba empeñado en inclinar la balanza a su favor. Así que poco duró la alegría en la casa sportinguista ya que López Silva galopó por la izquierda hasta la línea de fondo para colocar un preciso centro en la cabeza de Pedro, totalmente solo y libre de marca en el segundo palo. Estalló El Arcángel porque el segundo gol llegó a apenas diez minutos para la finalización del tiempo reglamentario. La herida pudo ser mayor de no haberse interpuesto un providencial Cuéllar en el camino de Uli Dávila hacia la sentencia. Magistral la intervención del cancerbero sportinguista para mantener vivas las opciones de puntuar. Entre ese fallo y el grosero error defensivo a la hora de tapar un centro de Santi Jara desde la derecha, el Córdoba se encontró con el empate de Lekic, que salvó un punto sobre la bocina, justo en el último minuto y nada más entrar al campo por su compatriota Scepovic. La suerte de la que careció hasta ahora acompañó en el momento más indicado al Sporting en un escenario del que también se escapan los puntos de una forma bien parecida a lo que ocurre cada quince días en El Molinón.
La realidad dice que el Sporting ha sumado un punto, pero hay motivos para el optimismo porque se mereció mejor suerte. Con Nacho Cases sobre el campo, este equipo derrocha fútbol y ambición, dos virtudes de las que adolecía hasta hace bien poco. Dos características diferenciales para aspirar con derecho a las posiciones nobles de la tabla, pero que se deberán acompañar de una mayor solidez defensiva y una mentalidad más trabajada. Saber amarrar los puntos es el objetivo prioritario para conseguir victorias que sirvan para aspirar a las más altas cotas.