Tras la sexta Europa League del Sevilla, es un buen momento y una mejor excusa para comenzar un serial analizando la evolución del equipo sevillista en los últimos 25 años, contraponiéndola a la de un histórico venido a menos como el Sporting de Gijón. En esta primera entrega de nuestro análisis, recordamos que los caminos de ambos equipos coincidieron en Segunda División. Después de celebrar la salvación en los despachos, en 1995, los sevillistas lloraron dos descensos en tres años, curiosamente con el Oviedo por medio; mientras, el Sporting pasaba de celebrar una permanencia agónica en Primera, tras ganar en la promoción al Lleida en El Molinón, a resignarse y asentarse en Segunda tras protagonizar el descenso más vergonzoso de la historia en 1998.
Alejandro Rozada (@alexrozada)
Lo que es el fútbol, lo que es el Sevilla, lo que es el Sporting y lo mal (o bien) que se pueden hacer las cosas. Si Gardel dice en su tango que veinte años no es nada, veinticinco pueden ser todo o, efectivamente, nada si hablamos de dos equipos históricos de nuestro fútbol como son el Sevilla FC y el Real Sporting de Gijón.
Todo empieza en el verano de 1995, cuando entró en vigor la Ley del Deporte, que obligaba a los equipos que se habían convertido en sociedad anónima deportiva a presentar unos avales como previsión de deudas antes del 1 de agosto de ese año. Una situación que, salvando las distancias, recuerda a la que vive este verano el Deportivo de A Coruña por su famoso lío con el Fuenlabrada.
El Real Sporting de Gijón, que había salvado agónicamente la categoría en la promoción de ascenso contra el Lleida (3-2 en El Molinón), presentó la documentación en plazo y cumplió con los requisitos para no perder en los despachos lo que tanto había costado ganar en el césped. Eran tiempos de vacas gordas en el club de José Fernández, que había tomado posesión un año antes y se había convertido en su máximo accionista, permitiéndose incluso el lujo de rechazar 200 millones de las antiguas pesetas del Tenerife para la recompra de Pier Luigi Cherubino, el goleador de la salvación rojiblanca. Desde que se inició la lucha electoral, el verano anterior, Fernández desarrolló una vertiginosa campaña de captación de apoyos entre los accionistas. En ese tiempo se convirtió en el primer accionista a título personal, con cerca de 60 millones de pesetas. Para ello formalizó la compra de varios paquetes de títulos, entre ellos el que tenía a la venta el Ayuntamiento gijonés por importe de 35 millones.
En Sevilla bajaban mucho más revueltas las aguas porque el Sevilla FC, al igual que el Celta de Vigo, no pudo cumplir tales plazos y fue descendido administrativamente a Segunda División B. La entidad presidida por Luis Cuervas se veía abocada a abandonar el fútbol profesional ante la negativa de la LFP de inscribirlos en sus competiciones.

Pero los sevillistas no se quedaron cruzados de brazos, cogieron las riendas de la situación y pese al calor se echaron a la calle en una manifestación sin precedentes para pedir que salvaran a su equipo. Más de 25.000 personas tomaron las calles de la ciudad para gritar al mundo que el Sevilla Fútbol Club era de Primera División. La familia roja y blanca del Sánchez Pizjuán, a la que canta El Arrebato en su famoso himno, latió gritando “¡Sevilla!” cuando más falta hacía, y eso que la gran mayoría de ellos lo máximo que habían visto era una semifinal de la Copa del Rey y la mejor excusa para ir a la Puerta Jerez era celebrar una mera clasificación para la Copa de la UEFA.
En Gijón, mayores y pequeños nos conformábamos con ir a la fuente de Begoña para celebrar la permanencia en Primera. Sin embargo, en Nervión apretaron los dientes para defender en una situación límite a su Sevilla, un club por el que se dejaban el alma cada fin de semana en el Sánchez-Pizjuán y que no se podía despedir tan dramáticamente del fútbol profesional.

El sevillismo se unió para luchar por la permanencia en Primera y contra lo que veían como una injusticia flagrante. Hubo aficionados que incluso se declararon en huelga de hambre y 16 días después respiraron aliviados cuando el nuevo presidente de la entidad, José María del Nido, celebraba en la sede de la LFP que habían conseguido salvar al Sevilla del infierno. Fue un 16 de agosto de 1995, quince días después de tocar fondo, la Primera pasaba a tener 22 equipos y comenzaba una historia bien distinta a la del Sporting; no obstante, sus caminos se cruzarían en algunos momentos en Primera y Segunda, e incluso el equipo asturiano llegaría a estar por encima en alguna ocasión.
Después del lío de 1995, Sevilla y Sporting se pudieron mantener juntos en Primera División, pero por poco tiempo. La inestabilidad institucional en el cuadro sevillista era tremenda, llegando a tener cuatro presidentes tras la dimisión de Luis Cuervas (José María del Nido, Francisco Escobar, José María González de Caldas y Rafael Carrión) y tres entrenadores distintos en 1997 (Camacho, Bilardo y Julián Rubio). Todo ello acabó repercutiendo en el descenso del Sevilla en la temporada 1996-97, un esperpéntico capítulo en el que tuvo un papel protagonista el Sporting. Ganaron los sportinguistas (0-1) en el campo del eterno rival sevillista, un Villamarín medio vacío que coreó el gol de Cheryshev, padre del actual jugador del Valencia, a un Betis que no se jugaba nada al estar cómodamente asentado en la zona media de la clasificación y con la mente puesta en la final de Copa del Rey contra el Barça en el Santiago Bernabéu.
El conjunto gijonés sacó oro puro de la rivalidad de los dos equipos sevillanos para sellar su permanencia en Primera y el descenso del Sevilla, que llegaría un día después precisamente en la cancha del eterno rival de los sportinguistas, el Real Oviedo. Así se escribe la historia de las rivalidades en el mundo del fútbol. Un Betis-Sporting dio la salvación a los gijoneses en un Villamarín que parecía El Molinón y condenó a un Sevilla que descendía al infierno en el viejo Carlos Tartiere. El portero de aquel equipo que lloró en la capital del Principado era un tal Monchi.
El Sevilla estuvo dos temporadas en Segunda (1997-98 y 1998-99), mientras que el Sporting se había quedado en Primera al término de la 1996-97 con una cómoda victoria por tres goles a cero contra el Rayo Vallecano en un estadio de El Molinón enfervorizado con el equipo entrenado por Miguel Montes, que vivió aquella permanencia como un ascenso. Fue una alegría pasajera porque, menos de un año después, en marzo de 1998, el Real Sporting de Gijón S.A.D. descendía a Segunda División convertido en el peor colista de la historia de la liga española tras una temporada nefasta en la que sólo ganaron dos partidos. Fue la primera muesca en el revolver del propietario del Sporting, José Fernández, que sufría el primer revolcón desde que tomase las riendas de la entidad cuatro años antes. Montes fue destituido y por el banquillo desfilaron Maceda, Díaz Novoa y José Antonio Redondo a lo largo del año. Ya no hubo estabilidad ni en el terreno de juego ni fuera de él.
Las risas y las celebraciones del 97 en Gijón se convirtieron en llanto y frustración en cuestión de meses, mientras el Sevilla entrenado por Juan Carlos Álvarez finalizaría el campeonato de Segunda de la temporada 1997-98 en séptimo lugar, lejos de los puestos que daban derecho al gran objetivo del ascenso.
Sevilla y Sporting se reencontraron en la categoría de plata en la temporada 1998-99 tras el descenso de los rojiblancos, que habían estado 21 años ininterrumpidamente en Primera. Un empate en El Molinón (2-2), con un golazo de chilena de Paco Peña, y victoria del Sevilla en el Pizjuán (2-0). Los asturianos tardarían una década en salir del pozo, todo lo contrario que los sevillistas. Ese curso, los de Marcos Alonso, que había sustituido en enero de 1999 a Fernando Castro Santos, cuando este se encontraba rondando los puestos de mitad de la tabla, protagonizaron una excelente segunda vuelta, que acabaría con un dramático encuentro en Málaga donde una victoria por la mínima otorgó al club sevillista la posibilidad de jugarse el todo por el todo en la promoción de ascenso a Primera División frente al Villarreal. Aquel memorable duelo en el Sánchez-Pizjuán (1-0) supondría el retorno del Sevilla FC a la máxima categoría. Los hispalenses regresaban a Primera apenas un par de años después y Monchi cerraba su etapa como jugador a lo grande. El Sporting no optó a nada esa temporada, que terminó noveno, en tierra de nadie, la tónica de su andadura por Segunda.
Mientras el Real Sporting S.A.D. estaba controlado por José Fernández y presidido por su títere Juan Arango, un pintoresco personaje, el Sevilla encaraba el siglo XXI con un presidente que dejaría una huella imborrable: Roberto Alés, una figura indispensable para entender la reciente historia del Sevilla FC, por aquel entonces un grande venido a menos, como el Sporting, enfrentado en los primeros años del siglo XXI a unos tiempos convulsos, con una economía de guerra y una situación deportiva precaria que miraba a la cara a la Segunda División. Alés desembarcaría en febrero de 2000, relevando a Rafael Carrión en la presidencia, cuando el club arrastraba una grave crisis económica, en números rojos y abocado a un descenso a Segunda División que se consumaría meses después de la asunción del cargo.
El Sevilla bajó en mayo de 2000 en una pantomima en el Sánchez Pizjuán contra el Real Oviedo, el mismo rival del anterior descenso, contra el que volvieron a perder esta vez en un esperpéntico partido que ensució la mínima esencia del deporte. Con una indolencia descarada, los de Juan Carlos Álvarez, que había sustituido a Marcos Alonso, se dejaron ganar ante el Oviedo, que no había conseguido un triunfo fuera de casa desde hacía 14 meses. Todo fuera por ver bajar al Betis y servirle en plato frío la venganza por el apaño de tres años antes, contra el Sporting, en el Villamarín.
“Y la imagen de esta plantilla, dañada ya por su recorrido deportivo en la temporada, quedará ensuciada de por vida. De por vida, por mucho que el suceso pase de puntillas e impune por el campeonato. Ensuciada de por vida, por mucho que este disparatado mundo del fútbol incluso le ponga cara de complicidad y comprensión”, escribió José Miguelez en EL PAÍS el 2 de mayo de 2000.
Aquella aciaga temporada sevillista no solo pasó a la historia por el descenso y la indolencia ante el Oviedo, también hubo incidentes, agresiones, cargas policiales, espontáneos en ruedas de prensa, amenazas… un espectáculo infame que llevaba al Sevilla a ser noticia de apertura en los telediarios.
La convulsión sevillista chocaba con la balsa de aceite sportinguista, un club que acabó el campeonato de Segunda del curso 1999-00, otra vez, en novena posición, muy lejos de los puestos de ascenso. Gijón ya se había resignado a la categoría de plata y a, por ejemplo, empates a cero contra el Badajoz en El Molinón.
Igual que en el norte se conformaban y resignaban al infierno, en el sur estaba muy tensa la situación. De eso hablamos en la siguiente entrega. De momento, nos quedamos en el verano de 2000 cuando Sevilla y Sporting se reencontraron en la división de plata para empezar ahí el siglo XXI.
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