El Bayern arrasa al Barcelona y se saca la espina del 4-0 de 2009
Mario Gómez, Robben y Müller por partida doble, goleadores del equipo germano
Noche aciaga para el barcelonismo, que paga caro el penoso planteamiento de Tito
La crónica de Alejandro Rozada (@alexrozada)
«Olé, olé, olé, olé». El grito de guerra de los seguidores del Bayern Múnich en los últimos minutos del partido, resume bien lo que se vio sobre el terreno de juego del Allianz Arena. Delirio de la incansable hinchada germana para reconocer el colosal partido que disputaron sus jugadores. Partidazo del Bayern, un gigantesco equipo que cabalga majestuoso por Europa. Su entrenador, Jupp Heynckes, ha construido una máquina técnicamente perfecta, un ejército sencillo en las formas pero contundente en el fondo, un rodillo que avanza imparable hacia la conquista de la Champions. Y pobre de aquel que se cruce en su camino. Le ocurrió al Barcelona que, a esta hora, todavía no sabe por dónde le vinieron los tiros. Casi les hubiese venido mejor no comparecer sobre el coliseo muniqués. Sanción, 3-0, y a correr. Mucho mejor que este deshonroso 4-0, el desquite de 2009. ¿Cambio de ciclo?
Más allá del mérito de un brillante Bayern, lo cierto es que el lamentable partido jugado por el Barça en Múnich puede marcar un antes y un después. Un punto de inflexión no solo a nivel doméstico, donde mantiene una encarnizada rivalidad con un Real Madrid que le ha tomado la medida en sus últimos duelos, aunque lo superan en la Liga, sino allende las fronteras. El fútbol alemán se hace cada día más fuerte. Y esta goleada, que deja al Bayern con pie y medio en Wembley, ejemplifica a la perfección la constante progresión del fútbol alemán. La reivindicación del tiki taken. Un barcelonista de toda la vida como Guardiola lo ha sabido ver a tiempo y por eso emigra a Alemania para llevar las riendas de un purasangre. Tipo inteligente este Pep, que ya da clases intensivas de alemán, el idioma de moda.
Noche de fiesta en el Allianz Arena
Un fascinante ambiente blanquirrojo en el Allianz Arena, un terreno de juego húmedo y la ansiada presencia de Messi sobre el terreno de juego. Todos esos condimentos dieron forma a un espectacular cóctel futbolístico, aunque los culés se quejaban de que estaba demasiado aguado por el manguerazo que le dieron al verde del coliseo muniqués. Los muniqueses, por su parte, se encargaron de ponerle gas. El Bayern salió efervescente como un refresco agitado antes de abrir. Salió tan potente que desbordó el vaso blaugrana y a los tres minutos ya había exigido una buena intervención de Valdés tras un peligroso remate de Robben. Después rebajó ligeramente la intensidad y ofreció la iniciativa al Barça, que tocaba de manera aséptica sin merodear el área de Neuer, mientras sufría en silencio las hemorroides provocadas por la intensa presión germana. Los jugones azulgranas pasaban más tiempo tendidos sobre el campo que de pie, más soldados rasos que sargentos. Para sargentos, los alemanes.
El Bayern esperaba su oportunidad a la contra confiando en los balones parados, la pesadilla de los zagueros blaugrana. Complicada tesitura para un meritorio como Bartra, que se veía exigido en un imponente escenario en un momento clave. Su fallo en el segundo tiempo escenifica su ansiedad. Y en una de esas acciones a balón parado, los alemanes reclamaron penalti por mano de Piqué tras un disparo de Lahm desde la frontal. A la segunda ya no avisaron. Nuevo balón colgado al área, Dante toca a placer en el primer palo para la llegada felina por el segundo de Müller, que no perdona. Primera cornada. Comenzó la faena alemana contra un manso Barcelona. La herida pudo ser mayor antes del intermedio si Viktor Kassai hubiese pitado la mano de Alexis en otra estocada de un desatado Bayern. El árbitro se dio mus, el uno a cero se mantuvo al descanso y el Barça se dio con un canto en los dientes. «Virgencita, virgencita, que me quede como estoy», pensaron los culés. Y así les lució el pelo en el segundo tiempo.
Rodillo muniqués
La segunda parte duró exáctamente cuatro minutos. Ese fue el tiempo que tardó el Bayern en marcar el segundo gol. Mario Gómez remató en fuera de juego y el juez de área lo vio pero se lavó las manos y le pasó el muerto al juez de línea. Este gol antireglamentario no debe disimular el desastre que es la zaga blaugrana en las acciones a balón parado. Piqué por un lado, Bartra por el otro, Valdés a por uvas y Gómez habilitado en boca de gol. El día que se trabajaron las jugadas a balón parado, los defensas del Barça debían de estar haciendo pellas. Con Messi de paseo por el campo muniqués, cual jubilado, el partido se puso de perlas para los intereses del equipo bávaro. Robben dispuso de dos buenas ocasiones para ampliar la renta, pero el tercer gol se resistía.
Hubo una fase en la que el Barça se hizo con el control del balón y comenzó a tocar para tratar de aproximarse a los dominios de Neuer. Fue más bien un arrebato de vergüenza torera y un ataque de austeridad por parte de Xavi e Iniesta, que un ataque por convicción. Pero ese ejercicio no cuela en el país de Angela Merkel. Porque el Barcelona era un equipo nulo ofensivamente. Vilanova, entre tanto, no daba carrete a los suplentes. No hacía ni el amago de mover el banquillo. La falta de revulsivos e ideas frescas bloqueaba la circulación del balón y dejaba el partido en el punto exacto que le interesaba al Bayern. Guiados por una bala llamada Arjen Robben, los alemanes recurrieron a las contras para ampliar su ventaja y así llegó el tercero. Con la inestimable ayuda de Müller, que aprovechó su condición de torreón alemán para bloquear a Alba, Robben se plantó ante Valdés y lo batió sin la menor contemplación. Fue la tercera cornada de la noche, la herida culé ya era de pronóstico reservado. Las caras de Abidal, Thiago, Tello y Fábregas en el banquillo eran el poema de mio Cid.
Los aficionados del Bayern animaron incansablemente a sus jugadores para ampliar el marcador desquitándose así del 4-0 que el Barça de Guardiola les endosó en el Camp Nou allá por 2009. ¡Cuánto ha llovido desde entonces y cuánto han cambiado ambos equipos! Se demostró en la jugada del cuarto gol, donde el equipo germano atacó como una manada para que finalmente Alaba se la dejase en posición franca a Müller para que éste marcase a placer. 4-0. Y por ahí ya no pasó Tito que sacó a Villa en lugar de Pedro. ¿Para qué? No lo sabe ni él. Quizás pretendía que El Guaje marcara el del honor. Un marrón porque la suerte ya estaba echada. Lo debería haber tenido en cuenta Jordi Alba, que se dejó guiar por sus más bajos instintos pandilleros en el último minuto y le tiró el balón a la cara a Robben. Gesto de mal perdedor por el que se ganó una merecida amarilla y que le impedirá jugar la vuelta, aunque quizás ese fue el motivo del injustificable acto del lateral azulgrana. «Lamentabla», que diría Xavi.
Mala temporada
Múnich fue la estación final del viaje del Barcelona por esta edición de la Liga de Campeones. El partido de vuelta en Barcelona será una faena de aliño que habrá que afrontar con profesionalidad, sin preciosismos, esperando no recibir otra cornada de cuatro trayectorias. Si se gana, bien, pero la principal tarea que tiene ahora este Barça es recuperar la dignidad y la vergüenza torera. Ambas le faltaron en el Allianz Arena, igual que tampoco las mostraron en San Siro o en el partido de vuelta contra el Real Madrid en la Copa del Rey. La remontada contra el Milán queda atrás y el pase contra el PSG fue un mero pasaporte al infierno.
Quitando el edén que representa el título de Liga, donde sacaron petróleo de las derrotas del equipo blanco en los primeros partidos del campeonato, la travesía del Barcelona por esta campaña es propia del bombero torero. Una acumulación de despropósitos, caídas, tropiezos, ausencias y actuaciones esperpénticas que han empañado el primer año después de Guardiola. No es cuestión de cargar las tintas contra el bueno de Tito, que bastante tiene con lo suyo, pero en la vida y en el juego se conoce al caballero. Y los caballeros saben elegir y fijarse prioridades. Porque, como dice la abuela, con la salud no se juega.