El tenista argentino, con la misma proporción de calidad técnica que golfería de vida disoluta, se retira del tenis tras años de gestas en la ATP y la Copa Davis, pero con una sensación de haber desaprovechado su magia
Por Carlos Oleagoitia (@oleagoicarlos)
Debería empezar este escrito someramente indignado con David Nalbandian, pero es que ya paso; tendría toda la razón del mundo si lo tildase de sinvergüenza, caradura o irresponsable para con sus fans, eso nadie puede dudarlo porque no es opinión sino la pura realidad, porque si existiese en este mundo el honorífico título de ‘Embaucador del año’, ese podría ser sin duda alguna para el tenista cordobés, ya que su desfachatez a la hora de emplazar a sus fans a la conquista de grandes títulos y gloria, fue de libro los últimos cinco años de su carrera tenística, todo un timador a la hora de prometer y prometer hasta desilusionar. Porque es indudable que habiendo contemplado los partidos que ha podido llegar a completar en su carrera, con la técnica y calidad innata que poseía ese revés a dos manos abriendo con un giro espectacular de muñeca ángulos imposibles de devolver y con la magia que destilaba su raqueta, es asombroso que su palmarés solo albergue 11 títulos en poco más de 13 años de carrera profesional. Eso sí, en lo social también ha creado su propia Fundación que ayuda y lucha por los desfavorecidos, algo que lo honra inestimadamente.
Muchos analistas y los propios tenistas han asegurado en infinidad de ocasiones que por tenis, Nalbandian tenía visos de número uno mundial, pero no tuvo madera para ello; solo llegó a ser número 3 mundial como su mayor techo pero nunca pudo lograr ninguno de sus dos grandes sueños, ni un Grand Slam ni sobre todo una Copa Davis con su adorada Argentina, y todo es achacable a su dilouta vida fuera de las canchas y al poco celo en el entrenamiento. No es discutible que podía haber sido más dominador en su juego, pero la controversia puede llegar en si no supo explotar todo su tenis o si le valió con lo que hizo, porque disfrutó de la vida mientras desarrollaba su errática carrera en las canchas. Tan amado como denostado por muchos fans, sobre todo en su tierra, lo cierto es que se retira un tenista de los diferentes, de esos que estando en forma ni siquiera los cocos querían verlo al otro lado de la red, pero también uno de esos que es capaz de soltar el gran petardazo un día suelto y que viéndole ejecutar los tres primeros golpes de cada partido sabes si se va a salir en exquisiteces o si va atascarse sin remedio.
Aunque una variante muy a tener en cuenta en el desarrollo de la carrera de Nalbandian puedan ser las lesiones, especialmente en la parte final de su carrera y que básicamente son las que lo llevan a la retirada, huelga decir que un tenista con el séquito que lleva detrás debe saber lidiar mejor con su físico. Tildado de gordo, con tendencia a coger kilos de más y con su famosa barriguita, David siempre (o cuando quiso por lo menos) fue capaz de plantarles cara a los tops y muchas veces hasta de ganarles: en sus años de juventud los Leyton Hewitt, Andy Roddick, Marat Safin o Nikolay Davydenko eran presas propicias y en los últimos años los Rafa Nadal, Roger Federer o Novak Djokovic también han sucumbido a su juego. Pero claro, en partidos muy esporádicos y sin ninguna continuidad, por lo que Nalbandian siempre debió luchar con el estigma de ser capaz de batir a cualquier tenista excepto a los del top ten en grandes citas.
Justamente es esa la magia que llevó a inocular en mí el virus Nalbandian, que siendo un golfo que apenas se entrena y se cuida, con un físico deplorable que minimizaba su juego más allá de las dos horas de partido y que aún así muy de vez en cuando fuera capaz ganar a los grandes, hasta que con 31 años optó por un abandono a tiempo que lo honra y no dilatar una carrera que esta temporada ya estaba siendo frustrante, ya que llevaba sin jugar desde marzo. No obstante, solo con eso no basta. Con todo lo que se barruntaba en su juego desde su debút en el año 2.000 y viendo lo logrado, el balance es muy desolador. Cierto es también que ha sido un jugador muy polémico con los árbitros u organizadores de torneos pero a su vez deja amigos entre los demás tenistas, gracias a su fama de vividor, aunque no empedernido. No hay más que ver los tenistas que estuvieron este fin de semana en su despedida de exhibición, caso de los dos grandes cracks actuales, Nadal y Djokovic. En su debe, la creciente animadversacion generada por sus fans en Argentina al enfrentarlo con Del Potro y generando tal división en ese país que había que elegir entre ambos, como si se fuese de Boca no se podría simpatizar con River, unos extremos que en nada ayudaron a relucir su tenis.
Diestro en su juego, Nalbandian se retira hundido en el puesto 229 del ranking ATP y sin poder haber ofrecido un partido memorable de despedida. Se marcha por la puerta de atrás, de malas formas y derrotado por las lesiones, o lo que es lo mismo, de la peor forma posible para un jugador al que en Argentina llegaron a venerar como al ‘Rey David’. Vestigios de épocas pasadas pero sin embargo, ganadas a pulso. De origen armenio gracias a uno de sus abuelos, quien construyó una pista de cemento en su casa, en 1998 y 1999 deslumbró en su época juvenil con títulos y finales en los Grand Slams contra Federer o Coria, lo que le valió a un muy rubio jovenzuelo debutar como profesional con la entrada del siglo XX; anduvo muy pocos meses fogueándose en torneos Challengers y Futures hasta que en marzo en Miami debutó en la ATP ante el por entonces número uno Jim Courier y solo cedió por 7-5 en el tercer set. Buenos presagios que al año siguiente le llevaron a entrar en el top 50, con final en Palermo y clasificando para su primer Grand Slam, el US Open, donde ganó una batalla brutal ante el francés Escudé en cinco sets antes de ceder en tercera ronda con el por aquel entonces gran Kafelnikov (grande porque después se hizo jugador de póquer profesional). Ya por aquel entonces empezó a aficionarse a realizar buenos finales de año o por lo menos se presagiaba que se encontraba más cómodo en torneos indoor de final de temporada, cuando los demás estuvieran más quemados, aunque en tierra batida también lograba excelentes resultados.
Pero sin duda, su gran año fue el 2002, con sus dos primeros títulos en Estoril en tierra a mediados de año y en Basilea a finales de año en el indoor de cemento, con todo el año ya participando en torneos ATP y dejando atrás otras categorías. Pero lo alucinante fue que en su primer torneo profesional en hierba, o pasto como gustan de denominar sus compatriotas, logró llegar a la final de Wimbledon, que perdió estrepitósamente ante el australiano Hewitt, el mandamás del circuito por aquel entonces, tras desfondarse en luchas a 5 sets en rondas previas. Instalado ya como un tenista a tener en cuenta, los dos siguientes años fueron una mezcla de lesiones en muñecas, abdominles, muslos o tobillos, pero le dio tiempo a jugar un brutal partido en semis del US Open 2003 ante el ídolo local Roddick ante quien tuvo punto de partido a favor en el tie-break del tercer set pero fue remontado, o perder 3 finales al año siguiente sin saborear las mieles de título alguno. Ya iba adquiriendo cierta experiencia en el circuito y se incrustaba en el top ten, pero las grandes victorias no llegaban, hasta que casi sin quererlo llegó el mágico 2005. Siguió con excelentes actuaciones y engordando su estadística de ser uno de los pocos tenistas que había firmado semifinales en los 4 Grand Slams, lo que da fe de su gran adaptación a todas las superficies.
Llegó de rebote al Torneo de Maestros de ese 2005 en Shanghai, sustituyendo a un lesionado Roddick. Su primer envite fue con el dominador del momento, un Federer al que logró birlar un set pero la victoria que le dió confianza fue el duro choque ante su paisano Coria, lo que le armó de moral para pasar por encima del croata Ljubicic y el ruso Davydenko, contra quienes había perdido anteriormente en otros torneos. Iba a ser el primer argentino, tras el gran Vilas en los 70, en llegar a optar a ser Maestro y la final por el que siempre será recordado, una titánica batalla a 5 sets en 4 horas y 33 minutos no arrancó bien para David: Federer sufría pero mostraba sus galones para anotarse al tie-break las dos primeras mangas y el cordobés tiró de empeño para empatar el choque en los dos siguientes sets en los que parecía que el suizo ahorraba fuerzas para el quinto set, que de nuevo se iba a dilucidar en el tie-break pero que en este caso caería del lado del argentino, que cubrió su vida y su entorno del éxtasis total. Ya anteriormente había protagonizado aventuras fuera de la pista que dejaban traslucir que los entrenamientos y la dedicación al deporte pudieran no ser lo primordial para él, como tirarse en paracaídas de un rascacielos en Viena o nadar con tiburones en Melbourne, e incluso después acrecentaría su afición a los rallys, creando su propia escudería (cuando el Dakar pasó del norte de África a la cordilla andina de Sudamérica ya me temí lo peor, que se enredase a participar, aunque al tiempo).
En 2006, tras perder dos sets de ventajas en semis del Australian Open con el chipriota Baghdatis, llegó a su techo en el ranking mundial, el tercer cajón del podium, pero que solo le dió un título menor en Estoril como rédito y dejó otro de sus grandes petardazos: en plena época de lucha por la supremacia de la tierra batida entre Nadal y Federer (donde el español iba por delante siempre), en semifinales de Roland Garros David estaba jugando y ganando con solvencia a Roger por 5-2 en tercer set empatados a un parcial cuando un desgarro abdominal le obligó a retirarse cuando estaba jugando como los ángeles. No obstante, David ya había puesto sus miras en la Copa Davis y ese año iba a llevar a su país a la segunda final de su historia, pero como visitantes en Rusia pasó como un ciclón por encima de Safin y Davydenko, aunque sufrió el mal perpetuo de los gauchos, que con un dobles blando y un segundo tenista sin nivel nunca pueden lograr ese tercer punto para ganar el torneo por naciones más prestigioso del mundo. Pero sin duda, el mayor nivel de tenis visto a Nalbandian sobrevino en la recta final del año 2007, cuando en un final de temporada estratosférico pasó de ser el 25 del mundo a 9 de la ATP concatenando exhibiciones en los Masters Series indoor sobre pista dura de Madrid y París-Bercy derrotando en el mismo torneo a los 3 primeros del mundo (Federer, Nadal y Djokovic) en la capital española y en la parisina al español y al helvético, demostrando una superioridad abismal. Fue tan chulo, que retó a la ATP a no acudir como reserva al Torneo de Maestros si no le otorgaban una plaza que por ranking otros merecían más y ahi acabó la fase divina de la carrera del unquillense.
Había logrado dar un nivel tan excelso de tenis que cuando de 2008 en adelante no lo demostraba con regularidad enseguida caía en los baches negativos que iban a acompañar su juego de ahí en adelante. Ya no era tan temido en los Grand Slams y la doble derrota en los Juegos Olímpicos de Pekín y el US Open ante el galo Monfils, con bailecito provocador del francés incluído, iban a ser los primeros episodios de innumerables ‘quiero y no puedo’. Pero sin duda, el momento más amargo de su carrera deportiva la tuvo que vivir David en la final de la Copa Davis en ese 2008 ante una España sin Nadal en Mar del Plata, el feudo de su antagónico Del Potro, quien en su temporada de eclosión tenística y guiado por su bisoñez, prefierió desgastarse en el Masters previo y llegó a la final de la Davis lesionado, perdiendo su punto ante Feliciano y pasando el marrón a Acasuso en el cuarto y definitivo punto; Nalbandian era el líder y en el primer punto arrasó a Ferrer, incluso se apuntó al dobles que perdería con Calleri ante los zurdos Verdasco y feliciano en un día en que el poco público visitante demostró maneras poco deportivas y calculando mal qué partido jugar, ya que David quiso ser el héroe y pidió jugar el quinto punto de la serie, pero que los españoles lo hicieron innecesario. David se sentía embalado, nadie podía parar su raqueta pero por segunda vez necesitaba que otro tenista le ayudase con un punto y de nuevo le fallaron. Ahí comenzó la guerra civil entre Delpotristas y Nalbandialistas que nunca se arregló.
Y la cuesta abajo en su tenis no iba a demorarse mucho más, aunque el propio Davi lo dilatase 4 años hasta su retirada profesional. Porque 2009 lo inició ganando otro título en Sydney pero tras el petardazo en la segunda ronda del Australian Open ante el taiwanés Lu, en Indian Wells completó uno de sus mejores partidos coronados con derrota ante Nadal, ante el que tuvo infinidad de pelotas de partido para ganar en dos sets para caer en tres parciales con rosco final de propina. Unos meses más tarde iba a someterse a una operación de cadera que le tuvo todo ese año fuera de las canchas y en 2010, a su vuelta, obsesionado por la Copa Davis, el muy iluso aún seguía prometiendo grandes gestas a sus fans. De nuevo completó un brillante choque ante Nadal, esta vez en Miami pero con el mismo desenlace que un año antes: arranque primoroso con desfondamiento físico final. Fue un año en el que alternó lesiones y reapariciones para jugar la Davis, otorgando los decisivos quintos puntos a domicilio ante suecos y rusos, pero con los franceses en semis nada pudo hacer. Entre medias, le dio tiempo a ganar un título por sexto año seguido, en Washington, el que supondría su última conquista.
Como ya venía siendo nota predominante de sus anteriores campañas, en 2011 también dejó gestas epopéyicas, pero sin regularidad alguna; por ejemplo, tras perder en enero la final de Auckland ante Ferrer, llegaba al Australian Open para debutar contra otro viejo rockero de su dorada época de juventud, el local Hewitt, a quien ganó por 9-7 en el quinto set un choque con golpes magistrales que pasarán a la historia; y ¿después qué? Pues retirada por lesión al siguiente choque. De este 2011 también destacan la mala suerte con los cuadros tan complicados que le tocaban, quizás por su bajo ranking, cuando tanto en Wimbledon como en el US Open lo apearon dos cracks como Federer en Londres y Nadal en Nueva York; como anécdota, contar que los famosos calambres que le dieron al manacorí en una rueda de prensa fue tras el partido contra David. Y ese año, el destino iba querer que los argentinos pudieran tomarse la revancha de los españoles en la final de la Copa Davis en Sevilla, pero de nuevo las lesiones impidieron unos individuales fuertes en los argentinos, porque Delpo jugó pero perdió dos buenos puntos ante Ferrer y Nadal, y David solo pudo contribuir en el dobles debido a sus eternos problemas de salud.
Tanto achaque físico ya hizo que empezase a revolotear en su entorno la idea de un abandono de las canchas, pero David siguió aún dos años más obstinadamente entrenándose mal, recuperándose peor de cada lesión y jugando prematuramente. 2012 fue el año de las grandes polémicas con árbitros y jueces organizadores. Primero sería en el Australian Open, cuando en segunda ronda ante el cañonero americano Isner jugaba la parte decisiva del quinto set y con punto de break a favor Isner cometía una doble falta clarísima que el árbitro daba buena y no dejaba a David solicitar el Ojo de Halcón por tardar más de la cuenta en pedirlo, lo que derivó en una amarga discusión de Nalbandian con el árbitro y después a perder sus saque totalmente descentrado. Con ese episodio la ATP ya le había marcado con una tarjeta amarilla y en junio en la final de Queens, cuando ganaba con suficiencia ante otro sacador como el croata Cilic, enrabietado por desperdiciar un punto de break a favor con un tiro ganador que se le fue al dobles, pateó sin querer una valla de publicidad con la mala suerte que un juez de línea estaba sentado cerca y le abrió una aparatosa herida en la espinilla; era más vistoso por la sangre que doloroso o dañino que pudiera hacer peligrar la salud del sujeto, pero los puristas de los organizadores decidieron imponer un castigo ejemplar y eliminaron del partido al argentino. ¡¡¡Lo nunca visto en el tenis!!!!
Ofuscado con los mandamases del deporte, como pasara 4 años antes en las Olimpiadas anteriores, David volvió a hacer bueno el maleficio de perder dos veces seguidas ante el mismo jugador, en este caso ante el serbio Tipsarevic en la hierba de Wimbledon y en las propias Olimpiadas londinenses; pero es que ese maleficio lo aumentó el alemán Haas al apearlo concatenadamente en la veraniega gira sobre cemento en Canadá y Cincinnati. La enésima lesión de su carrera (ya ni me molesto en mirar qué era lo que le dolía cada vez que se rompía) finiquito su temporada y como todas las veces que volvía tras un largo retiro, en 2013 comenzó ilusionando con la final en Sao Paulo pero perdiendo de nuevo con Nadal, otro que volvía tras un largo parón y que no le perdonó ni una bola, pese a la gran amistad que les une. Aún renqueante físicamente, David ya se veía relegado al punto de dobles en la Davis y jugó el último partido de su vida en marzo en Miami (donde debutó en la élite y donde se despidió sin saberlo) ante el finés Nieminen. Desde entonces, hubo de pasar otra vez por el quirófano y centró su recuperación para las semis de la Copa Davis en la República Checa, pero el no ser convicado porque no había disputado partido alguno previamente y la eliminación por la Ensaladera de sus compañeros, propició su decisión de dejarlo de manera profesional.
Quizás haya sido muy crítico con Nalbandian, pero honestamente, aunque tener como ídolo al argentino fue una gozada, las decepciones superaron aplastantemente a las alegrías. Al inicio de su carrera era un tenista dominador, sabías que podía ganar a cualquiera y todos le temían, después los del top ten le perdieron el respeto y al final de su carrera le podía ganar cualquiera. No es que me importara la gente que se reía cuando decía admirar más a David que a los otros tops del momento, pero lo verdaderamente duro ha sido acabar admitiendo como algo normal que Nalbandian me decepcionase con sus derrotas y lesiones. Saber que su físico solo le otorgaba hora y media de gasolina, sufrir más con su saque por sus deplorables porcentajes al servicio y rezar porque no fuera por detrás en el marcador porque el sufrir por remontar no estaba en su ADN, fueron quizás las cosas más duras. Pero bueno, no hay bien que por mal no venga y eso de seguir con toques frikis cada partido que jugará por el mundo David ya se acabó, y como rezan en ‘Juego de Tronos’ debo procalamar en mi juramento: ‘soy el vigilante de Nalbandian… pero aquí acaba mi guardia’.